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Música, terapia y formación: educación emocional a través del ritmo
Eduardo Agustín Eckhardt
Introducción
La música, observada por su cualidad dialéctica, 
representa un instrumento de proximidad y “común-
unión” (comunión, en sentido etimológico). Sea desde su 
oferta didáctica, su práctica –amateur o profesional– o su 
asistencia curativa, quienes hacen música tienen en sus 
manos la responsabilidad de guiar a quienes acompañan 
por este mundo invisible de ilimitadas posibilidades. Estas 
primeras experiencias musicales deben estar nutridas de 
sensaciones capaces de crear signicados emotivos. Son 
esos puentes los que dan forma a las emociones al lograr 
proyectar los más variados caminos de gustos, juicios 
y, ulteriormente, críticas estéticas. Desde su propuesta 
ontológica primitiva, la música inunda de ritmo los cuerpos, 
los iguala en frecuencia. 
Muchos han sido los estudios que, en una 
perspectiva histórica o transdiciplinar, han abarcado uno o 
más aspectos del ritmo como elemento esencial dentro de 
la musicoterapia: desde los enfoques motrices/siológicos 
(Yao et al., 2021; Braun Janzen et al., 2021), pasando por la 
dimensión neurológica (Galińska, 2015; Thaut, McIntosh y 
Hoemberg, 2015), los aspectos psicológicos relacionados 
con las personas diversamente hábiles (Roth y Wisser, 2004; 
Bharathi et al., 2019), así como los procesos de aplicación 
de la musicoterapia en la educación especial (Lacarcel 
Moreno, 1995; Salamanca Herrero, 2003). Este último 
ámbito, sin menoscabo de los anteriores, presenta un gran 
espectro de posibilidades de “inter-acción” psicológica, 
emocional, social, educativa –humana, a n de cuentas– 
con los participantes, convirtiéndose además en un campo 
de investigación y experimentación notable en la sociedad 
contemporánea. 
Desde una perspectiva didáctica, pretendo 
narrar una experiencia que demuestra la importancia de 
una formación profesional adecuada y una vasta cultura 
musical como soporte fundamental del proceso por el 
cual se introduce un grupo de personas con discapacidad 
a la música en una terapia de bienestar focalizada en el 
mejoramiento de su calidad de vida. Dicha experiencia 
tiene lugar semanalmente en un centro de asistencia y 
discapacidad en la ciudad de Turín, Italia, con un grupo 
de estudio conformado por 12 pacientes pertenecientes 
al Centro Diurno con Núcleo Residencial Nocturno 
“Diecidecimi” de la Cooperativa “Animazione Valdocco”. 
Entre las distintas condiciones presentes están el autismo; 
la parálisis cerebral; así como varios niveles de dicultades 
cognitivas, intelectuales y motrices, presentes en personas 
de entre 34 y 50 años de edad.
Pulso y respiración
Musicalmente, el pulso es aquel elemento que 
divide el tiempo en intervalos de igual duración, de forma 
regular y periódica (Sánchez Ramos, 2019). Referirnos a 
lo primitivo en este concepto es conducirnos al sentido 
orgánico del ritmo en la vida. La respiración y los latidos 
gobiernan nuestro primer encuentro con un tipo de 
realidad métrica, medida, expresada por eventos regulares 
que suceden uno después de otro. Las pulsaciones reejan 
la frecuencia cardíaca, así como el pulso estructura la 
construcción del tiempo en la música; ambos equilibran 
y dan sentido funcional a las estructuras que soportan. 
El pulso puede cambiar de velocidad, puede ser más 
lento o rápido, pero debe cumplir dos características 
fundamentales: regularidad y periodicidad.
Orientados desde una perspectiva de conciencia, 
reconocemos que tanto la respiración como los latidos 
son actos involuntarios que cotidianamente permanecen 
alejados de nuestra atención. No obstante, esa indiferencia, 
los latidos y la respiración son nuestras primeras y últimas 
manifestaciones de vida.
En todo Arte existe el principio de equilibrio. La 
Música no es excepción. En música, el principio 
de equilibrio se maniesta en la denición de 
ritmo, que es, sustancialmente, tensión seguida 
de relajación, repetidamente. El ritmo es un 
agregado natural a la propia vida. La tensión 
está seguida por la relajación. Inhalamos, lo que 
demanda un esfuerzo; exhalamos, lo que es 
un proceso de relajación. El corazón bombea/
descansa-bombea/descansa. (Green, 1957, p. 3)
La energía es un principio funcional con la 
potencia de obrar y surgir. Se maniesta en el movimiento y 
se dene como la capacidad de realizar un trabajo (Bueche, 
2009). Estas expresiones suelen interpretar las causas que 
determinan una consecuencia y exhiben el porqué de las 
cosas, intentando denir el orden de las circunstancias 
en el universo y procurando el entendimiento cientíco. 
La energía como fundamento es un principio activo en 
todas las cosas con voluntad de devenir (Korn, 1949). 
Si bien la ciencia interpreta el innito de causas por el 
que las cosas cambian y evolucionan, las bellas artes 
consideran la energía de las emociones como principio de 
manifestación. Un origen que, en movimiento, adquiere 
estructura y determina el cuerpo del afecto. Un origen que, 
en conciencia, exhibe el universo de nuestra voluntad. En 
esta reexión nos permitimos hablar de universos externos 
e internos, considerando que estas realidades subjetivas se 
comunican a través del simple gesto de inhalar y exhalar.
La música, como sistema de representación 
natural y afectivo, ha incluido ciertos conceptos que 
determinan la agógica musical. En su conjunto, revelan 
el carácter y la velocidad de una obra; tanto, como si 
procuraran describir el proceso dinámico de la emoción 
que se intenta comunicar. Expresiones como allegro 
(alegre),  vivace (vívido), andante (tranquilo), moderato 
(moderado), largo (lento), adagio (a gusto, con comodidad), 
agitato (agitado), con fuoco (con furia), presto (apresurado), 
son ejemplos de lo que ha signicado la velocidad en la 
frecuencia de los pulsos en música.