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INTRODUCCIÓN
La diabetes es una enfermedad compleja, cró-
nica que representa un grave problema de salud 
pública.  Su  incidencia  oscila  entre  el  1-2%  de  la 
población mundial, siendo la más frecuente la Dia-
betes Mellitus 2 (DM2), que se origina debido a una 
pérdida progresiva de la secreción de insulina y la 
resistencia a la misma, representando el 90 a 95% 
del total de diabetes (American Diabetes Associa-
tion, 2017).
Desde el  punto de  vista epidemiológico,  según 
la Organización Mundial de la Salud (OMS), el in-
cremento de personas con diabetes ha aumentado 
de 108 millones en 1980 a 422 millones en 2014; 
asimismo reportó que en Sudamérica para ese año, 
la  prevalencia  de  DM2,  según  el  país  evaluado  y 
según el género fue: Argentina, 9,9% hombres (H) 
y 8,2% mujeres(M); Brasil (H: 8,5%, M: 7,2%); Chile 
(H: 10,6%, M: 9,5%); Colombia (H: 8,5%, M: 8,5%); 
Ecuador  (H:  7,9%,  M:  8,5%);  Perú  (H:  7,8%,  M: 
8,5%); Uruguay (H: 9,5%, M: 8,5%) y en Venezuela 
(H:  9,7%,  M:  8,4%)  (Vargas  y  Casas,  2016).  Las 
causas que desencadenan la diabetes mellitus 2 se 
desconocen en el 70-85% de los pacientes, consi-
derándose entre sus factores de riesgo: la herencia 
poligénica, la obesidad, dislipidemia, hipertensión 
arterial, dieta rica en carbohidratos, factores hor-
monales y una vida sedentaria (Vargas y Casas, 
2016).
En este sentido, en Venezuela la Diabetes afec-
ta al 7% de la población, siendo la quinta causa de 
muerte  y  es  la  causa  número  11  de  morbilidad  y 
discapacidad asociado a los años de vida, deter-
minada por la susceptibilidad genética, factores 
epigenéticos, estado nutricional, una dieta no equi-
librada ni balanceada con hábitos sedentarios (Nie-
to et al, 2015). Del 80% al 90% de los pacientes 
diabéticos tienen células β sanas con capacidad de 
adaptarse a altas demandas de insulina, mediante 
el incremento en su función secretora y en la masa 
celular. Sin embargo, en el 10% al 20% de ellas se 
presenta  una  deciencia  de  las  células  β,  lo  cual 
produce un agotamiento celular con reducción en la 
liberación y almacenamiento de insulina (Cervantes 
y Presno, 2013).
Por otra parte, la DM2 se asocia con una falta 
de adaptación al incremento en la demanda de in-
sulina, además de pérdida de la masa celular por 
la glucotoxicidad, y el receptor a insulina presen-
ta alteraciones en su función. Cuando la insulina 
se une a su receptor en células del músculo, inicia 
las vías de señalización complejas que permiten la 
translocación del transportador GLUT4 (Nieto et al, 
2015; Cervantes y Presno, 2013). Por consiguiente, 
cuando las células β se someten  a  dosis  altas  de 
glucosa de manera crónica, disminuye cantidad y 
actividad de la glucocinasa (hexocinasa IV); ade-
más, la glicación de factores de trascripción del gen 
de glucocinasa, reduce el ARNm y se revierte con 
aminoguanidina (Cervantes y Presno, 2013).
En el páncreas, la leptina puede inducir apop-
tosis  en  las  células  β  porque  inhibe  la  biosíntesis 
de insulina, incrementa reacciones  inamatorias  y 
produce estrés oxidativo. En general, la pérdida en 
el equilibrio en la concentración local y sistémica de 
citocinas deletéreas y protectoras de la función de 
las  células  β  culmina  con  la  muerte  celular.  Tam-
bién, el tejido adiposo tiene la capacidad de liberar 
diversas proteínas diabetogénicas como el TNF, la 
IL-6, leptina, adipocitocinas, resistina y ácidos gra-
sos libres (Cervantes y Presno, 2013; Fujimoto y 
Polonsky, 2009).
Por otra parte, la insulina tiene un efecto antili-
político, y durante la diabetes se pierde, incrementa 
la lipólisis e induce hipertrigliceridemia mediante la 
producción de lipoproteína de muy baja densidad 
(VLDL), proceso que contribuye a la aterogénesis. 
Las cadenas largas de ácidos grasos en el plas-
ma normalmente son reguladas por la insulina, y 
durante la resistencia a la insulina, incrementan y 
producen toxicidad de células β (lipotoxicidad), que 
junto con la toxicidad de la glucosa dan el fenómeno 
diabético (glucolipotoxicidad) (Cervantes y Presno, 
2013). Por lo anteriormente descrito, las secuelas 
de la DMT2 están relacionadas de manera muy es-
trecha con el control glucémico y son directamente 
proporcionales al tiempo de evolución de la enfer-
medad (Maedler, 2008). 
En la actualidad, hay sucientes evidencias que 
demuestran que un adecuado control glucémico es 
capaz de prevenir, retardar o limitar el daño vascu-
lar (American Diabetes Association, 2017). La evi-
dencia más fuerte que la prevención podría reducir 
la incidencia de la diabetes tipo 2 en un 58% a lo 
largo de 3 años, se obtuvo tras el seguimiento de 
tres grandes estudios que fueron los estudios de 
Da Qing (Li et al, 2008) que logró una reducción del 
43% tras 20 años, el programa de Diabetes de Fin-
landia (Lindström et al, 2006) obteniendo la misma 
reducción a los 7 años  y una reducción del 34% a 
los 10 años en el Estudio de Diabetes de Progra-
mas de Prevención en USA (Knowler et al, 2009). 
De allí que, el principal objetivo en el tratamiento