Mujeres y espacio público: el acoso sexual como mecanismo regulador y disciplinador      78 
                                                                                   
                                   
                        
                       Revista de Ciencias Humanas y Sociales. FEC-LUZ 
transmutar lo  vivo  y  su  vitalidad en  cosas.  (…)  me  refiero  a  algo  muy 
preciso, como es la captura de algo que fluía errante e imprevisible, como 
es la vida”.  
En el escenario del acoso sexual, y siguiendo a Rita  Segato, esta 
transmutación de lo vivo y su vitalidad en cosas es la reificación de las 
mujeres, donde los acosadores las capturan con el fin de transmutarlas en 
objeto utilizado para satisfacción propia. Por eso, “nosotras, las mujeres, 
somos las dadoras del tributo; ellos, los receptores y beneficiarios (…) la 
estructura que los relaciona establece un orden simbólico marcado por la 
desigualdad que se encuentra presente y organiza todas las otras escenas 
de  la  vida  social  regidas  por  la  asimetría  de  una  ley  de  estatus” 
(SEGATO, 2016, p. 41). Así, en el acoso la tributación también tiene un 
carácter pedagógico: la vivencia del acoso sexual en espacios públicos es 
una  enseñanza  para  las  mujeres  que  lo  sufren,  lo  atestiguan  y/o  lo 
escuchan en relatos posteriores.  
Precisamente  por  ello,  remite al  cruce  de  coordenadas vertical y 
horizontal (SEGATO, 2016) que, en este caso, podemos describir como 
el eje vertical donde el acosador consume a la víctima, y el eje horizontal 
de interlocución entre el acosador y los demás hombres presentes en el 
espacio público.  
En  este  sentido,  la  frecuencia  y  repetición  de  las  dinámicas 
relatadas  por  las  entrevistadas,  revela  que  el  acoso  sexual  es  un  oficio 
especializado y articulador de múltiples individuos, quienes se organizan 
mediate un modus operandi compartido. Retomando la definición misma de 
estos  términos,  las  actuaciones  en  serie  evidencian  la  existencia  de 
componentes  (dis)funcionales  en  nuestras  sociedades,  dirigidos  a 
fomentar un tipo de masculinidad que labra, con rigurosidad, “la técnica” 
de acosar; moldeando comportamientos especializados para alcanzar ese 
fin,  sin  importar  la  localización,  la  nacionalidad,  o  la  edad  de  los 
acosadores. 
Precisamente,  la  transmutación  de  las  pedagogías  de  crueldad 
exige  de  los  hombres  –configurados  en  coordenada  horizontal–  la 
construcción  de  una  masculinidad  tóxica,  que  SINAY  (2006)  explica 
como  una  renuncia  a  la  emocionalidad,  considerada  como  debilidad, 
además de una concepción de los sentimientos, las dudas, los temores, la 
contemplación, el  dolor, la  piedad o la compasión como distractoras o 
ablandadoras  del  ser.  Desde  esta  construcción,  los  hombres  se 
encuentran  en  una  competencia  dirigida  a  demostrar  siempre  su