
Ana María Castellano / Reseña 
 
912 
 
como  protagonista  o  como  testigo  participante  y  obligado.  Entonces  ya  atados  y 
hechizados por el asombro constante de vivir realidades impensadas, pero tan reales 
que duelen no solo en el cuerpo, sino también en el ser, aceptamos la invitación de 
Briceño-León para inmiscuirnos en la lectura de una obra que está constituida por 
cuatro partes, que muestran duramente realidades diversas y tan comunes a la vez.  
En la primera parte, Crimen organizado y gobernanza criminal, con la mirada puesta 
en América Latina, en la obra se examinan los problemas presentes, a partir de la 
intervención y el control de los territorios por parte de las bandas y los procesos de 
gobernanza criminales que surgen al desplazar o coexistir con el Estado. Se pone de 
manifiesto como la población dominada por grupos criminales es atravesada por dos 
“espadas”, es decir, los castigos pueden venir por dos vías: por parte del Estado y 
de la mano de las bandas de delincuentes que dominen determinada zona.  
Esas bandas criminales y su gramática se imponen por la ausencia de la protección 
del Estado y su dejar hacer, frente a las formas de seguridad creadas al margen de 
la legalidad: creación de miniejércitos para la protección, que más tarde se adueñan 
del  lugar  e  imponen  su  sintaxis  expresada  en  reglas,  normas  y  principios  que 
gobiernan  los  sintagmas  y  las  oraciones  gramaticales:  la  cultura  criminal 
contextualizada en un espacio físico, social y económico. En esta parte se destaca un 
elemento importante y novedoso referido a la gobernanza criminal en América Latina 
que se ha instaurado no solo en las zonas rurales, “sino también de zonas urbanas, 
centrales y de gran relevancia social y política”. Aquí se pone de manifiesto que el 
gobierno nacional es desplazado por un grupo criminal. Su gobernanza se impone. 
Esta  gobernanza  se  instituye  sobre  seis  dimensiones:  capacidad  de  ejercer  un 
monopolio fáctico de la fuerza, una organización compleja y estable, disponer de una 
base  financiera  regular,  capacidad  para  establecer  normas  propias  e  imponer  su 
acatamiento, obtener la sumisión y legitimidad de la población y establecer un tipo 
de cohabitación con el Estado nacional. 
En la segunda parte titulada: La ciudad y la gramática social se presentan datos e 
historias interesantes sobre la violencia en el espacio urbano, sus relaciones con el 
fenómeno de la pobreza y las respuestas de los pobres, sus luchas, sus decisiones 
frente a situaciones de carencias semejantes. El autor nos habla del papel de la mujer 
frente a la institucionalidad informal. Se pone de manifiesto en esta  parte, que  el 
sostén  de  las  decisiones  se  encuentra  enraizado  “en  los  valores,  las  reglas  de 
comportamiento, los mecanismos confiables de resolución de conflictos; es la moral 
de  la  sociedad  expresada  en  normas,  su  gramática  social.  Lo  cierto  es  que  las 
ciudades  en América  Latina  se  encuentran ancladas entre  murallas  que juegan el 
papel de protección: calles, caminos peatonales con rejas, cercas altas--que roban la 
visión o comunicación con el otro y con el entorno--, las cercas con electricidad como 
mecanismo de defensa. Al lado de estas murallas se encuentra la actitud de “no te 
metas en nada”; sencillamente no mires, no oigas, no hables. Solo dedícate a ti y a 
tu familia. Cerrar las puertas emocionales y territoriales es la salida para sentirse 
escasamente  protegidos.  Sentirse,  que  no  significa  estarlo;  es  solo  el  efecto 
tranquilizador de creerlo. En el libro se discuten otros aspectos de interés, e incluso 
se analiza que las decisiones de mudarse de ciudad o de emigrar del país (la huida) 
se encuentran influidas por una vasta pluralidad de factores sociales y políticos; así 
como por el miedo a ser víctima de la violencia.  
La  tercera  sección:  Gramática  social  e  institucionalidad,  se  centra  en  discutir  la 
vinculación de los homicidios con la desigualdad social. De igual forma, se aborda el 
rol que juega la institucionalidad formal o informal en su sujeción. Se resalta que la 
institucionalidad  informal  es  la  respuesta  práctica  que  asumen  las  comunidades