
Interacción y Perspectiva. Revista de Trabajo Social Vol. 14 N
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2 / julio-septiembre, 2024 
 
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tenía mucho resentimiento a la vida, esperaba un hijo con mucho entusiasmo y 
K. se enferma, perdió todo  interés,  algo sintió, un  repudio, ¿por  qué  le había 
tocado a él ser papá de una hija enferma, una niña con discapacidad? Después 
de que K. era su adoración ¡la rechazó!”. 
 
          La incertidumbre, el sufrimiento y la crisis que describe G. en sus relatos al llevar 
a la niña al médico, en la búsqueda de atención hospitalaria, en los tratamientos que se 
sometió, nos hablan de que, aunque ella no estaba preparada para tener una hija con 
discapacidad, el caos familiar que esta situación desencadenó hizo que ella aceptara la 
situación y como señala en sus propias palabras: “cambié de carácter siendo positiva y 
objetiva”, “luché como me enseñó mi padre”.  
 
La familia que tiene un hijo con discapacidad afronta una crisis movilizada a partir 
del  momento  de  la  sospecha  y  posterior  confirmación  del  diagnóstico.  Cada 
familia es única y singular y procesará esta crisis de diferentes modos. En relación 
con cómo se elabore la crisis del diagnóstico, puede acontecer un crecimiento y 
enriquecimiento familiar o, por el contrario, se pueden desencadenar trastornos 
de distinta intensidad (Núñez, 2003:133). 
 
          G.  señala  que  la  condición  y  las  consecuencias  que  desencadenaron  las 
convulsiones de su hija fue algo inesperado, su vida cambió drásticamente, comenta que 
fue difícil empezar a vivir con una niña que fue rechazada por ser diferente, tanto en las 
instituciones  de  salud,  en  las  escuelas,  como  al  interior  de  su  propio  hogar,  con  las 
actitudes de enojo, decepción y despreocupación de su esposo. El poco apoyo que recibió 
y la cotidianidad de experimentar la discapacidad en su hija fueron la motivación que 
encontró para transformar su vida, empezó a movilizarse, para ofrecerle a su familia una 
mejor calidad de vida, “tomé las riendas para salir adelante”. 
 
“Cuando  recién  llegamos  a  SC.,  no  traíamos  nada,  ¡nada!,  y  empecé,  volví  a 
poner la panificadora, aquí encontré la paz que estaba buscando, no viví rechazo 
por tener una hija con discapacidad, muchas personas sí lo sufren, no las aceptan, 
les  dan  la  espalda,  no  las  apoyan,  las  maltratan  de  muchas  maneras,  sus 
amistades e incluso la familia; yo no, ¡yo no la rechacé!, ni mis amistades... Por 
mi parte, me volví muy positiva, objetiva, de decir: ¡tengo que salir adelante!, 
¿quién me va a ayudar si no yo? Para 1983 ya había construido mi casa con mi 
dinero y mi esfuerzo. Me siento muy orgullosa en esos aspectos y en el de K., 
porque he logrado lo que he logrado siendo positiva, objetiva y fijándome metas, 
y no dejándome caer”.  
 
          Los principios de la teoría del caos están implícitos en el caso de G., el supuesto 
“orden universal”, las ideas y construcciones sociales que circunscriben la maternidad y 
paternidad con hijos con discapacidad no son esperadas, y más aún aquellas que rodean 
a las familias con hijos con alguna discapacidad. Las situaciones de turbulencia y caos 
que describe fueron el insumo que le motivó a tomar decisiones. De un día para otro el 
orden, la armonía, la unidad familiar se vio amenazada, por lo que tuvo que luchar para 
trabajar  en  pro  de  la  aceptación  de  su  hija,  valorar  que  era  distinta,  convencerse  y 
convencer a otros de que es un ser humano con derechos, y más allá, lograr que fueran