Revista de Filosofía
Vol. 42, Nº Especial 2025, pp. 97-108
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela
ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
Esta obra se publica bajo licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional
(CC BY-NC-SA 4.0)
https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/
La Belleza como instrumento de violencia
Beauty as an instrument of violence
Esther Emelina González Guzmán
ORCID: https://orcid.org/0009-0007-3376-7928
Universidad de Carabobo - Venezuela
profesthergonzalez@gmail.com
Milvia Esvely Cortez Pérez
Universidad de Carabobo - Venezuela
mimacortez@gmail.com
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.17274474
Resumen
En el presente ensayo se abordan las formas en que los estereotipos de belleza impuestos
por la sociedad patriarcal promueven la violencia simbólica y estructural contra las
mujeres. Consideramos que estos estereotipos no sólo limitan la percepción que las
mujeres tienen de mismas, sino que también generan un entorno donde la violencia de
género se normaliza. Los estereotipos femeninos, que suelen imponer un ideal de belleza
inalcanzable para la mayoría de las mujeres, son inductores de violencia emocional e
incluso física. De igual manera, son expuestas a presión social al ser juzgadas y
discriminadas por no cumplir con los estándares establecidos. Esta violencia también se
promueve culturalmente a través de los medios de comunicación, al perpetuar la idea de
que el valor de una mujer está ligado a su apariencia física.
Palabras clave: Violencia de género, estereotipos, belleza, violencia simbólica
Abstract
This essay addresses the ways in which beauty stereotypes imposed by patriarchal society
promote symbolic and structural violence against women. We believe that these
stereotypes not only limit women's self-perception but also create an environment where
gender-based violence is normalized. Feminine stereotypes, which often impose an
unattainable ideal of beauty for most women, induce emotional and even physical violence.
Similarly, women are exposed to social pressure when they are judged and discriminated
against for not meeting established standards. This violence is also culturally promoted
through the media, which perpetuates the idea that a woman's value is tied to her physical
appearance.
Keywords: Gender violence, stereotypes, beauty, symbolic violence
_______________________________
Recibido 15-05-2025 Aceptado 15-09-2025
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Introducción
El propósito de este ensayo es plantear una reflexión crítica sobre las formas en que
se violenta a las mujeres con la imposición de ideales de belleza inalcanzables, analizando
la relación ideologizada que se ha establecido entre la noción de belleza y el género
femenino. ¿Cómo es que, a través de esa noción, nos controla el patriarcado? ¿Cómo los
ideales de belleza afectan el desarrollo psíquico, social y físico de las mujeres? ¿Cómo ellas
se definen a partir de estos ideales? En fin, ¿cómo se ejerce la violencia sobre las mujeres a
través de la belleza?
Hemos desarrollado una investigación documental partiendo de la revisión de los
planteamientos de diversas autoras feministas, que se han dado a la tarea de explicarnos
no solo cómo funciona la estructura de la sociedad patriarcal, sino también el modo en que
las mujeres hemos experimentado la feminidad según los mandatos patriarcales
establecidos, convirtiéndonos en lo que somos. Asimismo, hemos hecho el ejercicio de
observar, con ojos críticos, las instituciones sociales que reproducen y perpetuán las
relaciones de dominación y desigualdad.
En el complejo entramado de la sociedad contemporánea, las estructuras
patriarcales han instituido una serie de estándares de belleza, que no solo moldean la
percepción de la estética femenina, sino que también inciden profundamente en la
construcción de la identidad y el bienestar de las mujeres. Al establecerse la belleza como
una característica que define lo femenino, se impone al mismo tiempo sobre estas una
serie de prácticas violentas a través de las cuales se ejerce la dominación.
A lo largo de la historia, esos cánones de belleza han sido instituidos para el control
y la dominación de las mujeres, dictando que solo si se pliegan a los mismos, se
considerarán valiosas. Este ensayo explora cómo estas imposiciones no solo limitan la
libertad individual, sino que también generan un impacto negativo en la autoestima, las
relaciones interpersonales y la salud mental de las mujeres.
Al desentrañar las raíces de estas construcciones sociales, buscamos apoyar la lucha
por la aceptación de la diversidad y la autenticidad, oponiéndonos a una cultura que
impone un ideal de belleza hegemónico y universal.
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Este es un ejercicio de reflexión para entender los modos en que los estereotipos de
género han convertido el cuerpo de las mujeres en meros objetos deseables, y también las
formas en que aquellos influyen en su vida personal.
"No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas
mismas" (Mary Wollstonecraft)
1
El patriarcado es un sistema que se erige en base a la dominación violenta ejercida
por los hombres sexistas sobre las mujeres. Esta es una característica inherente del sistema
patriarcal, tratándose de una dominación sostenida a lo largo de la historia, la cual tiene
sus orígenes en las primeras sociedades agrícolas del pasado. También pudiéramos decir
que se trata de un sistema de organización social, que se creó a partir de la dominación
masculina sobre las mujeres como primera forma de opresión sobre la cual se sostienen
todas las demás.
Sin embargo, al final, mujeres y hombres quedan entrampados por igual dentro del
orden social patriarcal, que ha establecido la desigualdad entre ambos basándose,
injustificadamente, en la diferencia de sus cuerpos, es decir, en la diferencia biológica que
nos hace macho y hembra, construyendo una narrativa que nos define, ya no como
diferentes dentro de una misma especie, sino como seres esencialmente opuestos. En
realidad, el género (femenino y masculino) es una construcción social, y no se trata de una
ingenua categoría para referirse a la distinción sexual, sino que ha sido creado
intencionadamente para establecer una clasificación que pone al hombre por encima de la
mujer. Al respecto Julissa Mantilla Falcón (1996)
2
señala:
Es a partir de esta clasificación del género en masculino y femenino que
podemos salir del ámbito meramente gramatical para instalarnos en el espacio
de las relaciones humanas, esto es, las relaciones entre hombres y mujeres.
Asimismo, es importante destacar que siempre hemos oído hablar del género
masculino relacionado con los hombres y el femenino con las mujeres,
relación que implica la atribución de determinadas características para cada
sexo a través de las cuales se le distingue claramente del otro. (p. 154)
Esta asignación social del género, que convierte a la hembra en mujer y al macho en
varón, porque no es la naturaleza la que los convierte en eso, conduce al establecimiento de
una desigualdad específica, que es creada al poner en relación a dos seres que
1
Obra digitalizada, 2019, descargada en:
https://www.solidaridadobrera.org/ateneo_nacho/libros/Mary%20Wollstonecraft%20-
%20Vindicacion%20de%20los%20derechos%20de%20la%20mujer.pdf
2
FALCÓN, J, M. 1996. La conceptualizacion del género y su importancia a nivel internacional. Instituto de
Estudios Internacionales. Lima, Perú.
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erróneamente se les considera naturalmente opuestos. Y aquello que afirma en uno se
niega en la otra, dando lugar a la máxima de que varón es todo aquel ser que no tiene nada
de mujer, y viceversa.
Hoy las feministas han demostrado que el sistema sociocultural que ha regido
durante milenios a la humanidad es primero patriarcal, antes que colonizador, racista,
xenófobo, clasista, imperialista, capitalista. Construido bajo la lógica masculina que
concibe al mundo como un lugar hostil, en el que priva la escasez, ha llegado a hacer del
otro un rival que, al buscar también apoderarse de los pocos recursos, se constituye en el
enemigo, frente al cual se impone como única alternativa la lucha, para lograr el control de
los bienes y el establecimiento del reinado de los más astutos y fuertes. En efecto, el
supuesto de la escasez implica el tener inevitablemente que posesionarse de lo poco de
forma violenta, haciendo del pudiente el más poderoso, y el que buscará acumular o
acaparar todavía más, procurando sólo su bienestar y el de los suyos. Es así como nace el
valor del tener, sustentado en la astucia y la violencia, como único valor deseable, que
estimula el deseo de luchar por el máximo aprovechamiento de los recursos, lo que
garantizará el bienestar material y la obtención de poder.
Con el surgimiento del patriarcado, el valor del compartir lo poco que existe, propio
de las sociedades humanas primitivas, fue sustituido por el valor del tener, sustentado en
la apropiación sagaz de los escasos recursos o mediante la apropiación a la fuerza de los
bienes materiales conseguidos por otros. Esto ha servido, en diversos momentos históricos
de la humanidad, para ejercer distintos tipos de violencia que se han justificado a través de
relatos, discursos y mitos, elaborados y narrados por los diversos aparatos ideológicos, que
han tratado de hacernos ver la violencia como algo inevitable e inherente a los seres
humanos, buscando con ello justificar las acciones de los machos en el poder, únicos
considerados aptos para llevar el control y el mandato social.
El sistema patriarcal ejerce la violencia de diversas formas, afectando la vida tanto de
las mujeres como de los hombres de distintas maneras, y el nero, creado por este mismo
sistema, constituye la forma básica y esencial de ejercer violencia el patriarcado. Al
respecto Rita Segato (2003)
3
expresa:
3
SEGATO, R. L. 2003. Las estructuras elementales de la violencia: Ensayos sobre género entre la
antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos. Universidad Nacional de Quilmes. Buenos Aires.
Argentina.
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La violencia de género es, antes que nada, un dispositivo de dominación en
el patriarcado. Su función no es solo dañar cuerpos individuales, sino
mantener el orden de género mediante el terror. Cada acto violento es un
mensaje pedagógico dirigido a todas las mujeres: 'Este es tu lugar'" (p. 112).
En lo que respecta al género, esa violencia llega a consistir en la imposición de
estereotipos que moldean las formas de ser de las mujeres y de los hombres, castigando a
toda aquella o aquel que no encaje o no busque encajar en esos moldes.
Los estereotipos sociales podrían ser considerados como construcciones culturales
represoras, que promueven representaciones colectivas sobre lo que se debe ser, y lo que se
espera de cada una/uno; son representaciones que rigen la mente de una persona o de un
grupo de personas, y que están enmarcadas dentro de tradiciones sociales. Tradiciones
entendidas como prácticas, creencias, costumbres y valores que son transmitidas de unas
generaciones a otras, de muy diferentes formas, y que, a pesar de sus cambios, ha
mantenido su carácter opresivo esencial a lo largo de la historia de la humanidad. La
mayoría están llenas de significados, conceptos o ideas basadas en creencias sexistas y
misóginas. Los estereotipos se han construido según las creencias y prejuicios de quienes
se han hecho con el poder en forma arbitraria mediante el uso de la violencia; nos
referimos a los hombres de mentalidad patriarcal.
Los estereotipos dan origen a una categorización social en función de características
como el género, el origen étnico, la edad, la clase social, la religión, ente otras. Así, una
persona que posea ciertos rasgos llegará a ser definida, según la caracterización que el
estereotipo establezca, y al dejar a un lado las consideraciones individuales, perpetúa
juicios erróneos, relaciones de desigualdad y exclusión. Por medio del estereotipo se ejerce
violencia, ya que contribuye a la discriminación y a la falta de empatía hacia las personas
que no se ajustan a los moldes y patrones establecidos.
Más específicamente, los estereotipos de género nos dejan claro que existe una
diferenciación excluyente entre mujeres y hombres. Si bien la diferenciación principal
entre ambos tiene que ver con lo corporal, lo biológico (lo reproductivo o lo genital), la
verdad es que se establece esta diferencia, no como una distinción natural, sino como una
oposición inevitable entre uno y otra. De acuerdo a la UNESCO
4
“los estereotipos de
género dañinos no solo limitan las oportunidades vitales de las mujeres, sino que también
perpetúan un ciclo de discriminación y violencia. Al imponer expectativas rígidas sobre
4
UNESCO. 2019. Los estereotipos de género: Herramientas para su identificación y transformación.
https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000369600
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cómo 'deben' comportarse, se socava sistemáticamente su autonomía, salud mental y
participación en la vida pública" (2019, p. 27).
La narrativa del “sexo opuesto” no solo niega las similitudes existentes entre las
mujeres y los hombres, sino que hace de la diferencia sexual entre ambos, un impedimento
natural al desarrollo de una convivencia basada en la igualdad de derechos y de
oportunidades. En el binarismo y la dicotomía expuesta por la narrativa patriarcal,
respecto al género, no existe la posibilidad de compartir talentos y experiencias; por el
contrario, se exalta todo aquello que supuestamente nos define como contrarios y
opuestos, y en el mejor de los casos, como complementarios. Todos los estereotipos de
género están construidos sobre esta visión dicotómica excluyente.
La belleza
Debemos ante todo tener presente que “lo femenino” es un constructo social al que
las mujeres se someten conscientes o inconscientemente. Así lo expresa Marcela Lagarde
(2005)
5
:
La condición de la mujer está constituida por el conjunto de relaciones de
producción, de reproducción y por todas las demás relaciones vitales en que
están inmersas las mujeres independientemente de su voluntad y de su
conciencia, y por las formas en que participan en ellas; por las instituciones
políticas y jurídicas que las contienen y las norman; y por las concepciones del
mundo que las definen y las interpretan. (p.78)
Ahora bien, lo que significa ser mujer está enmarcado en una serie de características,
entre las cuales juega un papel importante la belleza.
Entre los mecanismos que se han inventado para afirmar los binarismos
masculino/femenino, hombre/mujer, fuerte/débil, agresivo/pasiva,
independiente/dependiente, y otros tantos, tenemos el de belleza, que le fue asignada
básicamente a las mujeres. La belleza ha sido considerada una cuestión femenina, algo que
les corresponde en forma natural a ellas, cuando en realidad, en palabras de Marcela
Lagarde (2005)
6
, es un mandato patriarcal, un cautiverio, en el que nos encontramos
atrapadas. (pág. 47)
5
LAGARDE, M. (2005). Los cautiverios de las mujeres: madresposas. monjas, putas. presas y locas.
UNAM, D.F México.
6
Obra citada.
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Antes de avanzar, intentemos definir la belleza. Debemos reconocer que el concepto
de belleza es complejo, multifacético, y que ha variado a lo largo de la historia,
dependiendo de diversos factores, lo que hace que cada sociedad la conciba de forma
diferente. También hay que entender que esta complejidad y diversidad lleva a pensar o a
interpretar lo bello de manera muy subjetiva, es decir, lo que resulta bello para unos no
necesariamente sea percibido de la misma manera por otros. El Diccionario de la Real
Academia Española define lo bello como aquello que, por la perfección de sus formas,
complace a la vista o al oído y, por extensión, al espíritu.
7
Claro que este término se aplica a diferentes objetos, naturales o culturales, pero en el
caso de las mujeres, la belleza se encuentra integrada a su “condición femenina” una
condición determinada, como ya dijimos, por el sistema patriarcal-. Es un mandato
patriarcal el que las mujeres deban conservar su belleza, y en ello han de invertir todos sus
esfuerzos y recursos. Entonces, lo que define a la mujer como femenina implica plegarse a
una estética que provoque placer y, sobre todo, la convierta en un objeto complaciente al
espíritu de los hombres. Ellas deben mantenerse dispuestas, con su belleza, a complacer a
los hombres y a suscitar la envidia de otras mujeres-. Pero el hacerse deseables y
atractivas a los ojos de los hombres, supone su sometimiento a las ambiciones de éstos.
Desde un punto de vista crítico, la definición de belleza esconde un sentido violento.
En ella está implícita la justificación para violentar a la mujer, por ejemplo, cuando ella no
se muestra o no quiere mostrarse bella. Pero también debemos reconocer la asociación que
el patriarcado ha establecido entre la belleza femenina y una supuesta esencia seductora y
perversa de la mujer. La ideología sexista y misógina ha establecido que la seducción, por
medio de la belleza, es la manera esencial de desplegarse la naturaleza femenina, y esto
puede convertirse en una trampa para el hombre que se siente atraído por una mujer que
hace gala de su belleza. Por lo tanto, si ella despierta el deseo en él, éste lo interpretará
como el deseo oculto en ella de querer controlarlo, y será esto precisamente lo que
despertará en él el deseo siempre preventivo- de controlarse él, para no dejarse controlar,
ya que esto último supondría, perder su poder y, en consecuencia, su hombría. Y no puede
permitirse acceder a la mujer, que la necesita, cediendo ante su deseo de control, sino
doblegándola y poseyéndola.
7
Diccionario de la Real Academia Española, 2014, descargado de:
https://mega.nz/file/xoJ03bRY#b76DAEzX_EtGogR9qPEUGiToP1iuRhp7EytIEJBsNv4
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Por eso en el patriarcado el macho se abroga el derecho de posesión. La mujer no
tiene derecho a desear, porque su naturaleza no le otorga más facultad que la de ser
deseada, ella es el objeto del deseo y es precisamente esto lo que suscita sus impulsos de
seductora, provocadora y pecadora. No olvidemos que, según el mito patriarcal, fue Eva
quien sedujo a Adán, solo por mencionar uno de los tantos mitos que sirven para justificar
la dominación masculina.
Son ellas las que quieren y buscan ser deseadas, provocando a los hombres, y en este
juego él no debe buscar amarla sino poseerla, hacerla su presa, porque ella lo provocó, lo
sedujo. Si se considera un hombre de verdad, no debe permitirse caer en sus redes y
convertirse en su títere. Y para que esto no suceda, buscará someterla desde el principio,
ejerciendo todo su poder sobre ella, justamente buscando que ella se permita hacerse más
bella y seductora, para poder dominarla con más ahínco y fuerza.
La belleza condena la mujer a despertar en los hombres su deseo de posesión y
control, lo que implica el ejercicio de la violencia por parte de ellos para satisfacer tal
deseo. Dentro de este perverso entramado, algunas mujeres buscarán ocultar su belleza
para no verse como deseables y ser poseídas, pero buscando no sentirse pecadoras, caen en
la trampa de convertirse en monjas o santas. La belleza pone en disputa a la mujer entre la
puta y la monja, pero una cosa u otra siempre supone sin constituir ninguna una salida
auténtica para ellas- la dominación absoluta del patriarcado sobre sus cuerpos. A este
respecto, Lagarde (2005)
8
señala lo siguiente:
El poder sobre la mujer y su cautiverio giran en torno a su cuerpo y su
subjetividad, su tiempo y su espacio. La vida de la mujer está organizada en
torno a la vivencia de una sexualidad destinada pura. Como ciudadana o como
fiel, como hija o como esposa, como madre o como prostituta, el poder atraviesa
el cuerpo de la mujer. En el lenguaje laico y estadal se controla su fecundidad,
su fertilidad es un asunto de política demográfica; en el lenguaje doméstico del
amor y del poder se hace referencia a la fidelidad, a la castidad, a la virginidad,
o a la permanente disposición a la maternidad o al placer del otro. (p. 161)
El ser objeto de deseo o placer, ha sido la condición que a lo largo de la historia ha
hecho que las mujeres sean percibidas como presas. Esta situación, sin duda alguna, deja a
las mujeres en una posición de vulnerabilidad completa, lo que implica vivir con miedo. El
miedo las ha acompañado a lo largo de sus vidas. Eso que es llamado intuición femenina
no es otra cosa que haber aprendido las mujeres a movilizarse en el miedo, a prever el
8
Obra citada.
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peligro de la violación, porque resulta lógico que, en una sociedad de cazadores y presas,
ser la presa obliga a ponerse en estado de alerta constante. Y es claro que esa situación las
conduce a desarrollar habilidades que las mantengan a salvo, vivas y resguardadas de las
violencias a las que las expone constantemente la sociedad patriarcal.
El cautiverio de las mujeres
La violencia que es ejercida a través de los estereotipos de belleza femenina, como
dice Marcela Lagarde, representa un cautiverio, y es un cautiverio con el que las mujeres
deben sentirse felices, ya que es lo que les corresponde. Ellas no tienen por qué
cuestionarlo, sólo deben asumirlo. Han de procurar voluntariamente someterse a las
exigencias que implica ser bella, lo que supone para ellas un esfuerzo tan agotador que en
muchas ocasiones las hacen sentir adoloridas y cansadas, sobre todo porque se sienten
obligadas permanentemente a amoldarse a unos estereotipos cada vez más exigentes, y
nunca dejan de serlo a lo largo de sus vidas.
Si las circunstancias les permiten obedecer el mandato, aceptando lo que les
corresponde con satisfacción, entregándose “complacientes a ello, podrán alcanzar la
plena aceptación y reconocimiento, aunque eso no las exima de ser cosificadas ni les
asegure alcanzar la plena tranquilidad.
La cosificación de las mujeres enriquece la industria de la moda, que hoy ocupa el
tercer lugar en crecimiento y productividad, tratándose de una industria dirigida
mayoritariamente a las mujeres como su mejor mercado. Casi un 30% de los países del
mundo se sostienen gracias a la industria de la moda, y al mercado de la belleza. Un
mercado que ofrece una infinidad de productos y procedimientos de todo tipo para
“ayudar” a las mujeres a alcanzar su objetivo, esto es, ser deseables y apetecibles, es decir,
bellas.
A las mujeres no se les incita a producir ni acumular bienes, sino a “ser” bellas, pero
se trata de una belleza definida de acuerdo a ciertos estándares a los que deben someterse,
entrando en el molde, cueste lo que cueste, incluso aunque eso implique arriesgar sus
vidas.
Como se ha dicho anteriormente, el concepto de belleza femenina ha cambiado a lo
largo de la historia y lo ha hecho porque depende de los intereses igualmente cambiantes
del sistema patriarcal. Por ejemplo, en China, durante más de mil años se consideró como
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símbolo de belleza que las mujeres tuvieran un pie de siete centímetros, lo cual era visto
como algo elegante y atractivo. Ahora bien, para alcanzar este estereotipo de belleza, las
mujeres chinas tenían, desde niñas, que vendar sus pies con fuerza, para evitar su
crecimiento. Esto suponía una práctica dolorosa que terminaba por causar deformaciones
y fracturas. No fue sino hasta 1912 que esta práctica fue abolida. En Birmania, las mujeres
Padaung presionan sus clavículas hacia abajo colocándose aros de metal alrededor de sus
cuellos, sumando más aros para alargarlos por encima de los treinta centímetros,
obligándolas a soportar un peso de unos nueve kilos, lo cual termina dificultando su
movilidad. Estos son solo dos ejemplos correspondientes a culturas lejanas a la nuestra,
pero que no resultan menos torturantes y exigentes que los estándares actuales de belleza
impuestos a las mujeres en la cultura occidental.
En las sociedades actuales de Occidente, las mujeres pueden recurrir a
procedimientos quirúrgicos para agrandar o reducir sus senos, estirarse la piel de
diferentes partes de su cuerpo, mutilarse las costillas inferiores para reducir su cintura,
intervenir parte de su estómago para perder peso, dejarse introducir sondas para retirar el
tejido adiposo y poder eliminar su grasa corporal, reconstruir su nariz y labios,
llamándolas cirugías estéticas o cosméticas; todo esto con el fin de amoldarse a los
modelos de belleza establecidos.
Existen diversos procedimientos, con niveles de invasión diferentes, que buscan
principalmente la modificación de nuestros cuerpos, para hacerlos “bellos”. Estos incluyen
tratamientos con inyecciones de toxinas, para eliminar temporalmente las arrugas faciales.
Podría hacerse una extensa lista de tratamientos cosméticos a los que hoy en día se
someten las mujeres. Es necesario destacar que la gran mayoría de estos tratamientos
resultan tóxicos, tienen efectos adversos en la salud corporal y además son muy dolorosos.
El peso de la belleza sobre las mujeres atenta contra su salud, su autoestima y su
desarrollo personal. La belleza representa un mandato que trae como consecuencia el
establecimiento de una relación muy difícil de la mujer con su cuerpo, que puede devenir
en trastornos alimenticios, psicológicos, emocionales, alterando la calidad de vida de las
mujeres.
A lo largo de la historia, los estereotipos de belleza se han convertido en un obstáculo
para el avance social, económico y político de las mujeres, incluso para una relación
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constructiva entre ellas, pues las lleva a competir por ser la más bella, convirtiéndolas en
enemigas, en contrincantes que pelean por ganarse la atracción de los hombres.
Es por ello que para las feministas ha sido crucial entender el cuerpo como el primer
territorio a liberar. Esta idea lleva a analizar el modo en que el cuerpo femenino se
relaciona con las estructuras de poder, comprendiéndolo no solo desde su dimensión
biológica sino de manera más amplia, como espacio social y político, con lo cual el cuerpo
se asume como lugar a ser liberado y reapropiado por las mujeres. Históricamente, el
cuerpo de las mujeres ha sido un territorio conquistado por los hombres, un territorio
sobre el cual ejercen su poder a través de prácticas violentas, que han servido para
controlarlas, dominarlas y explotarlas.
Entender el cuerpo como su territorio personal, ha permitido a las mujeres ejercer la
resistencia, reivindicar su autonomía, su independencia, desafiando las narrativas que lo
objetivan. La lucha de las mujeres por el derecho a decidir sobre sus cuerpos constituye
una tarea aún pendiente, buscando con la misma no solo la recuperación de su libertad y
autonomía, sino también la reinvención de sus identidades. Para ello, luchan por erradicar
las estructuras patriarcales y consolidar otras estructuras que les permitan consolidar una
identidad como creación verdaderamente femenina; un sistema que no las obligue a
hacerse modificaciones o mutilaciones con el propósito de cumplir ni con el mandato de la
belleza ni con ningún otro mandato patriarcal.
Conclusión
Las estructuras patriarcales han impuesto un modelo de belleza estereotipado para
las mujeres, que no solo limita la diversidad de las experiencias femeninas, sino que
también tiene consecuencias horribles para sus vidas.
El ideal de belleza impuesto resulta, a menudo, inalcanzable y restrictivo, y se
convierte en un mecanismo de control que afecta la autoestima, la salud mental y las
relaciones interpersonales de las mujeres. Al perpetuar estos estereotipos, la sociedad no
solo refuerza la desigualdad de género, sino que también priva a las mujeres de la libertad
de definirse a sí mismas y de celebrar su autenticidad.
Es fundamental cuestionar y desafiar las normas de belleza patriarcales,
promoviendo una visión más inclusiva y diversa de la belleza, que permita a todas las
mujeres sentirse valoradas y empoderadas en su singularidad. Solo así podremos avanzar
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hacia una sociedad más equitativa, donde la belleza no sea un estándar impuesto, sino una
expresión libre de la individualidad y la diversidad.
REVISTA DE FILOSOFÍA
ESPECIAL 2025
Esta revista fue editada en formato digital y publicada en OCTUBRE de 2025
por el Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela
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