Revista de Filosofía
Vol. 42, Nº Especial 2025, pp. 24-36
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela
ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
Esta obra se publica bajo licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional
(CC BY-NC-SA 4.0)
https://creativecommons.org/licenses/by-nc-sa/4.0/
La leí y releí… luego la conocí
Gloria, mi amiga eterna
I read it and reread it… then I met her
Gloria, my eternal friend
Marbella Camacaro
Universidad de Carabobo - Venezuela
bellacarla1802@hotmail.com
DOI: https://doi.org/10.5281/zenodo.17274002
A manera de resumen
Estas líneas surgieron al evocar aquellos momentos vividos entre Gloria y yo, en los que, más
allá de lo académico, sobresalían su sonrisa amable, el intercambio de ideas para redactar la
relatoría del evento de mujeres donde la conocí, las vivencias que habíamos tenido cada una
en nuestras universidades, en fin, los sueños compartidos sobre una equidad soñada. Estas
líneas distan mucho de lo acostumbrado a expresar cuando nos referimos a personas como
Gloria, cuyo sello personal fue su excelso academicismo; más bien son líneas para recrear su
excelsa humanidad. En nuestra singular amistad, la de Gloria conmigo, la mía con Gloria,
los quilates de las coincidencias acompasaron las diferencias. Lo superlativo de nuestra
cercanía fue que, siendo diferentes, nuestras miradas coincidían en un mismo horizonte.
Con Gloria, aprendí que no hay mayor valor que la ética en la sororidad.
Palabras clave: Gloria Comesaña Santalices, narrativa personal, vivencias compartidas,
sororidad
By way of summary
These lines emerged as I recalled those moments between Gloria and me, in which, beyond
the academic, her kind smile stood out, the exchange of ideas for writing the report of the
women's event where I met her, the experiences we had each had at our universities, in short,
the shared dreams of a dreamed-of equality. These lines are far from what we usually express
when we refer to people like Gloria, whose personal hallmark was her sublime academicism;
they are lines to recreate her sublime humanity. In our unique friendship, Gloria's with me,
mine with Gloria, the carats of similarities outweighed the differences; the superlative of our
closeness was that, despite being different, our visions coincided on the same horizon. With
Gloria, I learned that there is no greater value than ethics in sisterhood.
Keywords: Gloria Comesaña Santalices, personal narrative, shared experiences, sisterhood
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Recibido 15-05-2025 Aceptado 15-09-2025
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Introduciéndome…
Deseo compartir un evento colmado por la nostalgia, que sobreviene cuando
irremediablemente una persona amada se despide de la vida terrenal, especialmente cuando
a una le toma por asalto la noticia.
El 19 de marzo del año pasado, a las 5 am, envié un audio colmado de infinita amistad
a mi entrañable amiga de pensamiento y afecto Gloria Comesaña Santalices. Unos meses
atrás, ella me había comentado que no me respondería con la rutina de siempre, sino cuando
su ánimo espiritual se lo permitiera, por ello, me bastaba con que, tan sólo supiera, que
siempre estaba presente en mi corazón.
A media mañana de ese apesadumbrado día, recibí por un chat el reenvío de una nota
de condolencias expresando lo que significaba para el movimiento feminista del país,
especialmente para el universitario, la partida terrenal de Gloria Comesaña Santalices. No
puedo describir lo que sentí, no salía de mi asombro, no podía dejar de llorar, la nostalgia
me embargó. Revi el chat de Gloria y ahí estaba mi audio, solo, triste, huérfano de la
escucha de Gloria. Estaba sola en mi casa, me senté con el alma empañada por la añoranza
de su acostumbrada respuesta, miraba cada minuto el chat, no sabía para qué ni por qué,
quizá era una manera absurda de convencerme de que nunca me respondería… Bueno, a
funciona la psiquis o el espíritu.
¡Ah! Pero en una de esas constataciones, vi que tenía un audio en su chat. Con temor
infantil lo escuché, era de su hija Ada Rebeca, quien con especial deferencia agradecía el
afecto que en la distancia había compartido, durante tantos años, con su madre. En realidad,
la agradecida era yo, porque sus palabras apaciguaron la incertidumbre instalada en mi
alma.
Lo que restó del día sólo pude dedicarlo a recrear imaginariamente la singularidad de
nuestra amistad, las gicas ocurrencias que me llevaron a conocer a Gloria. Sentí la
necesidad de escribir lo pensado y, para ello, decidí tomar del abecedario del afecto las letras
para reescribir un relato, el cual ya había sido creado en otro momento de nuestra amistad.
En esta hora del tiempo vivido, deseo compartir esas insondables ocurrencias de la
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vida, lo personal, rescatar pedacitos de recuerdos del árido camino cotidiano recorrido en la
incansable tarea de indagar acerca del feminismo, y especialmente traer fragmentos del
cuento ameno y graciosamente humano de lo acontecido durante la espera que me llevó a
un encuentro casual con un libro, cuya autora era Gloria Comesaña Santalices, a quien no
conocía, ese libro me llevó hasta ella para entretejer una inimaginable amistad.
Dificultades para materializar logros
Mi amistad con Gloria, en primera instancia, fue curiosamente imaginaria. Corrían los
años 90, período que marcó un hito para los movimientos de mujeres en las universidades
del país, las cuales, en su mayoría, se mantenían sin escucha, sin habla y sin mirada por no
considerar la vida de las mujeres como un hecho social relevante, en consecuencia,
<tampoco académico>.
La introducción de los estudios feministas en la vida académica universitaria estuvo
motivada por las luchas feministas de décadas anteriores, protagonizadas, en su mayoría,
por colectivos y organizaciones no gubernamentales de mujeres. En algunos estados de
Venezuela se habían consolidado las casas de mujeres, teatros de calle y otras formas de
organizaciones feministas, las cuales despertaron la atención blica, colocando el debate
de los derechos de las mujeres en el escenario social.
En las dos últimas décadas del siglo pasado, en algunas universidades, principalmente
en las autónomas, se crearon grupos, cátedras, unidades y centros de estudios de las
mujeres, únicas estructuras posibles de desarrollar dentro de la camisa de fuerza académica,
lo que permitió legitimar nuestro trabajo dentro de dichas instituciones.
Eran muchas las dificultades para materializar logros, pues el debate feminista
confrontaba el régimen de producción de conocimiento dominante en la academia
universitaria. Nuestras exigencias de darle validez a las investigaciones sobre las condiciones
de vida específicas de las mujeres, significaba otra manera de conocer y hacer ciencia. El
hecho de que ahora las mujeres pasáramos a ser las sujetas políticas de conocimiento,
establecía una ruptura, una fractura del piso dominante que sostenía lo que venía siendo la
verdad científica, una verdad construida desde una visión netamente masculina.
Este sucinto bosquejo de un particular período del movimiento universitario feminista
es sólo un marco para tejer con hilos de afecto este relato de la dialéctica cotidiana, de lo
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vivido, de esos detalles que suelen quedar en el silencio, porque no son importantes para la
razón, sin embargo, estimo que son de mucho valor para la sin razón. Gloria, en su infinito
afecto por mí, dejaba que le dijera que nuestra amistad paseaba tomada de la mano de la sin
razón… Y ella se reía…
Hasta que descubrí a Gloria
La avidez por libros, folletos o cualquier tipo de material que tuviera olor a teoría
feminista bullía entre nosotras; era imperiosa la necesidad de formarnos teóricamente para
el debate. No obstante, la búsqueda de información se convertía en un difícil peregrinaje
dado el momento histórico que vivíamos, en el cual la producción académica dominante en
nuestra <alma mater> distaba de la episteme del feminismo.
De esas peregrinaciones viene a mi memoria con nitidez una particular situación, la
cual, aunque nos causaba una intolerable humillación, se convirtió en un hecho que algunas
de nosotras terminamos tomándolo como una broma. Me refiero a lo que ocurría cuando
andábamos en búsqueda de materiales feministas en las más connotadas librerías de
Caracas. Obviamente, esta situación se daba con más aprensión en el interior del país.
Primer acto: <Señor, por favor, ¿tiene libros o cualquier tipo de material sobre estudios
de las mujeres?>. En ese entonces no decíamos feminista, porque con el primer acto, venía
enseguida el segundo: como lo único que quedaba en el imaginario del vendedor de libros
era la palabra mujeres, nos enviaban al estante de los libros de cocina, de moda, de
decoración, o, en el mejor de los casos, a revisar la revista de farándula Hola, las novelas
románticasImaginémonos lo que hubiera pasado si mencionábamos la temida palabra
feminismo, a lo mejor nos habrían botado por malas madres, por comernos a los niños, por
odiar a los hombres ¡Así eran las cosas!
¡Ah!, pero en ese peregrinaje tuvimos un día glorioso. ¡Alabada sea la Diosa y su
sabiduría! Encontramos la librería Divulgación, un espacio pequeño, comparado con las
librerías más comerciales. Dicho espacio estaba desbordado de libros, los cuales, a ojo de
pájara, parecían acumularse allí, sin ningún orden. Mirando perpleja la inusual colocación
de los libros y guardando la distancia con la comparación, recordé un relato que había leído
hacía algún tiempo sobre Zenódoto, a quien Tolomeo II de Egipto le encargó organizar los
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miles de rollos de papiro guardados en cestos enormes, los cuales contenían toda la gama
del saber de la época, constituyendo la mayor biblioteca del mundo antiguo, la de Alejandría.
Zenódoto después de muchas noches sin dormir, consiguió la solución: ordenar los textos
por el nombre de sus autores, siguiendo un orden alfabético. Pero se trataba de puros autores
masculinos, porque el saber, con algunas excepciones, no estaba al alcance de las mujeres.
Entonces, me dije: <El amigo Zenódoto no ha pasado por esta librería>, sonriendo conmigo
misma.
Esa mañana, cuando fui con una amiga, había varias personas aglomeradas por lo
reducido del espacio, mejor dicho, era reducido por la gran cantidad de libros acumulados
por doquier. Ellas y ellos portaban vestimentas variopintas. Como no podía desplazarme
entre los estantes a curucutear los libros, decidí colocarme a un lado y esperar, mientras
miraba el entorno. Apostando conmigo misma, me dispuse a suponer cuáles podrían ser,
recurriendo a los estereotipos, las preferencias de lectura y las ocupaciones de aquellas
personas. Me decía: <Esa que lleva pañuelos largos sobre los hombros, vestida un poco al
descuido, probablemente es feminista; aquella de blazer, con faldas largas y maletín, tal vez
sea profesora universitaria en humanidades; esta con traje taller y maletín de cuero,
posiblemente abogada; aquel de paltó, con camisa sport, lentes redondos, quizás, sociólogo;
ese de pantalones de jeans, con paltó sport y mangas arremangadas hasta los codos, a lo
mejor, arquitecto.> Así, jugando a las adivinanzas, pasé el rato de espera en esa librería tan
singular -o a mí me parecía singular-, un lugar desbordante de letras.
Todo allí ocurría de manera desacostumbrada. Había una sola persona atendiendo y lo
hacía de manera personalizada, con calma extrema, manteniendo una amena conversación
con quienes compraban; deduzco que conversaban sobre los libros que tenían en sus manos.
En las personas que esperaban ser atendidas, tampoco percibía el mismo apuro que ponen
de manifiesto en otro tipo de librerías. Pasado el tiempo, una vez que nos hicimos adictas a
Divulgación, comprendimos que la mayoría de la gente, incluyéndonos, esperábamos con
esa plácida calma no sólo para poder adquirir buenos libros, sino porque sin el conversatorio
con Sergio era como adquirir libros a los que les faltaran páginas. Sí, Sergio era su nombre,
dueño y único ser que atendía su librería, un hombre delgado, fumador empedernido, con
aspecto podría decir huraño, pero en realidad era la antítesis de su apariencia. Se trataba de
una persona con un enorme caudal de amabilidad no empalagosa, un intelectual que <No
vendía libros, sino saberes>.
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Sólo Sergio, con su inigualable memoria podía ubicar, inequívocamente, cada tema,
autoras/es, áreas de conocimiento y, amablemente, señalarte el estante o rincón donde
estaban guardados tus intereses de lectura. Entre libros, estantes y rincones había unas
banqueticas para sentarse a hurgar, todo el tiempo que uno estimara necesario, sin sentir la
mirada de apuro ni la interrogante: <Por fin, ¿qué vas a comprar?> Sergio, con su aguda
mirada -literalmente aguda, porque recuerdo que tenía uno de sus ojos afectado por algún
accidente o enfermedad-, sólo cuando percibía que el cliente había conseguido lo que
buscaba, seguía con sus otras tareas. Su extraordinaria intuición, nutrida por la experiencia
de lecturas y trato con diferentes docentes universitarias/os, intelectuales, artistas y afines
a esa fauna lectora, le permitía ofrecer una atención única en su librería.
¡Al fin nuestro turno! Él se acercó y nos preguntó: < ¿Qué buscan? >. Con cierta
aprensión, le dije: < ¿Tendrá material sobre estudios de las mujeres? >; < ¡Síganme! > Nos
llevó a un rincón con libros colocados en un estante y otros apilados sobre una pequeña
alfombra; arrastró dos taburetes, y nos dijo: < Siéntense, tal vez aquí haya algo que les
interese. >
Enhorabuena, apenas me senté llamó mi atención el título de un libro: Mujer, poder y
violencia, temáticas obligatorias del feminismo. El nombre de la autora: Gloria Comesaña
Santalices. El libro fue editado por la Universidad del Zulia, en el o 1991. Con el libro en
mis manos pensé: < ¡Valió la pena la espera! >
Cuando tengo un libro desconocido en mis manos, intencionalmente me detengo en el
título y nombre de quien lo escribe. Al contrario de la mayoría, obvio leer el índice y los datos
personales y curriculares de la autora o autor. Prefiero abrir al azar el libro y leer un párrafo
cualquiera, eso me sirve, entre otras cosas, para reconocer la claridad de su exposición, ver
si el discurso orienta sobre lo que el titulo sugiere, o si traduce el fondo de la temática; si lo
encuentro muy grandilocuente lo pongo en sospecha, en fin… Ese juego azaroso con los
libros me ha funcionado la mayoría de las veces. Es después que hago ese recorrido, que me
remito a leer lo obvio, bien sea para despotricar del libro o para terminar de enamorarme
del mismo y de quien lo escribe.
Como el ambiente lo permitía y el título del libro me invitaba a hojearlo y escudriñarlo
a mi antojo, lo abrí, repito, al azar e iba leyendo. Varias cuestiones me ataron a él; relataré
las que guardo inalterables en mi memoria. Lo primero que llamó mi atención fue que, en
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las primeras páginas, la autora exponía el concepto de mujer del Diccionario de la Real
Academia Española. Cuando una coincide en cualquier asunto con otra persona, obviamente
causa complacencia y confirma, por lo menos, que no andamos tan equivocadas o tan solas
o locas. Casualmente, desde hacía un tiempo atrás, había emprendido una búsqueda de
dicha definición en los diccionarios más usados por la mayoría, tarea que me parece
indispensable para rastrear el imaginario colectivo acerca del significado de ser mujer.
La autora había buscado el término en el lugar docto, el que dicta la pauta del idioma
español; yo, por mi parte, como ya dije, intencionalmente lo busco en los diccionarios de uso
común, y esto porque venía trabajando con la ciencia de lo cotidiano. Además, Gloria
contrastaba el concepto mujer dado por la Real Academia de la Lengua Española con el del
Diccionario Ideológico Feminista de Victoria Sau. Después de una excelente disertación
sobre las razones patriarcales de las diferencias entre ambos conceptos, dejó claro, sin
medias tintas, que en su libro usaría como referencia el de Victoria Sau. En ese momento
sentí que nuestras búsquedas caminaban hacia un mismo horizonte.
En otra página, leí unas cuantas líneas sobre su crítica a la postura de Simone de
Beauvoir, filósofa ícono innegable del feminismo, quien niega la existencia del matriarcado,
sosteniendo que éste era sólo un mito y no un estadio primitivo por el que haya transitado
ninguna sociedad humana. Gloria, por el contrario, se mostraba de acuerdo con los
argumentos de la antropóloga feminista Evelyn Reed, quien sostiene que el matriarcado
existió realmente en los albores de la historia humana, y que el clan materno fue el
fundamento de las primeras sociedades. Considero cruciales estos párrafos de Mujer, poder
y violencia, ya que nos impele a no desatender la discusión sobre matriarcado versus
patriarcado.
Ahora haré un último comentario, teniendo en cuenta este contexto: me topé con un
apartado referido a la violencia médico-hospitalaria, en el que se hacía hincapié en la
violencia ginecológica, siendo lo más importante, desde mi punto de vista, el centrar la
reflexión en las huellas patriarcales que marcan la ciencia médica y su práctica. Llegado a
este punto, Gloria, sin conocerla en persona, la convertí en mi entrañable amiga de
pensamiento. Tal vez, a algunas personas les parezca exagerado que manifieste sentir tanto
regocijo por simpatizar con una pensadora que acusa la violencia médico-hospitalaria, pero
hay que tener en cuenta que en aquel periodo, en el país, éramos muy pocas las
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investigadoras que trabajábamos ese tema. El debate en torno a este asunto era un hueso
duro de roer, y no podía ser de otra manera, ya que enfrentaba al poder médico.
Estas coincidencias me sugerían que su autora era mi aliada intelectual,
concomitantemente espiritual y afectiva, porque me es difícil escindir tales cualidades.
Durante las horas que estuvimos en la librería, sólo revisé ese libro, me cautivó su
brillante disertación teórica; por lo contrario, mi amiga tenía en sus manos un lote de libros
para comprar. Deseaba llevarme varios ejemplares del libro de Gloria, pero sólo había ese,
lo cual no es de extrañar dado que las ediciones universitarias tienen poca circulación en las
librerías, pues cuentan con un público cautivo en las propias universidades.
Sergio, complacido, miró lo que escogimos y entonces nos pusimos a conversar sobre
el retraso académico con respecto al debate feminista. Nos contó las dificultades para
obtener materiales relativos a los estudios de las mujeres. Sobre mi libro, bueno, de Gloria,
pero ya mío, comentó que sólo tenía un ejemplar, que se lo había obsequiado una profesora
de humanidades. Él lo leyó y como le pareció valioso para alguien que trabajara los estudios
de las mujeres, lo colocó allí. Siempre supe que mi Diosa lo colocó allí para mí, que esa
alguien que esperaba el libro, era yo.
Ese texto fue mi compañero por mucho tiempo, cita bibliográfica obligatoria de mis
producciones, lo recomendaba, prestaba, fotocopiaba, hasta que una vez lo presté y nunca
más regresó a mis manos. Mis tesistas, viendo mi pesar por la pérdida del libro, mandaron
a reproducir una copia con una lujosa encuadernación. Lo agradecí, pero quería el original,
ese manoseado, releído y subrayado. Siempre estaba despotricando por la pérdida del libro.
Y llegó nuestro encuentro, pero…
Eran tiempos de muchos encuentros de mujeres promovidos por organizaciones no
gubernamentales, y en ellos las universitarias coincidíamos, compartíamos e
intercambiábamos experiencias. En uno de esos eventos, fui invitada por las mujeres del
Zulia. Sus encuentros solían ser muy animados, muy horizontales, y en éste había mujeres
de todo el país.
El primer día del encuentro, luego de la euforia de saludarnos y abrazarnos, se dio
comienzo a la jornada. Como siempre, nos sentamos en círculo, se hacía una introducción y
luego la consabida presentación de cada una. Cuando le corresponda la que estaba a mi
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izquierda, una mujer muy blanca, con un lindo chal sobre sus hombros, dijo: < Soy Gloria
Comesaña, docente/investigadora y cofundadora de la Cátedra Libre de la Mujer de la
Universidad del Zulia (…) > Inmediatamente después de ella, me tocó presentarme, y lo hice
con mi mente fija en el nombre que acababa de escuchar. Volta remirarla y nos sonreímos.
Cuando terminaron las presentaciones, con mucha euforia abracé a Gloria, pero ella se
quedó algo sorprendida por mi emotividad. Como dato humano, confieso que reconocí haber
tenido que ser más comedida, pero fui tan eufórica porque sentía que era mi amiga de
siempre, sin embargo, me controlé y enseguida establecimos una amena conversación. Le
expresé el gusto que me produjo trabajar su libro y todo lo que había encontrado escrito por
ella.
La despedida se acompañó del compromiso de mantenernos en contacto. Ya sabemos
que la cotidianidad consume el tiempo y ese compromiso, la mayoría de las veces, queda en
promesas. Son las obligaciones las que nos obligan a proceder así.
Gloria, mi mentora…
Transcurrido unos años, llegó el momento de contactar a Gloria, estaba planeando lo
que sería mi proyecto de tesis doctoral. No tuve ninguna duda de que ella sería la mentora
idónea para acompañarme en ese camino investigativo.
Gloria era doctora en Filosofía, lo que le daba una sólida formación humanística, vital
para apoyarme en fundamentar una tesis de doctorado en ciencias sociales, a la vez que
serviría para paliar mi formación cientificista. En ese momento, mi formación no podía ser
más positivista, reduccionista y biologicista, ya que todo mi devenir académico había sido
en el área de las ciencias de la salud, ciencias que están atravesadas, hasta lo más recóndito
de su esencia, de una legalidad/legitimidad incuestionable, no admitiendo críticas, puesto
que su manera de entender la vida real es bajo el dictamen de una verdad inamovible.
La preparación que llegué a tener en lo humanístico, había sido producto de mi libre
albedrio, o, para que suene más armónico, <autodidacta>. En realidad, fue el activismo
feminista lo que me había obligado a buscar las raíces históricas, filosóficas, culturales de la
opresión civilizatoria de las mujeres en el mundo, especialmente a ahondar en los orígenes
patriarcales de la medicina, como impronta que marcan las ciencias de la salud hegemónicas
en la actualidad y su praxis en los cuerpos de las mujeres; pero, sin ninguna duda, la solidez
de la formación filosófica de Gloria sería una fortaleza para el desarrollo de mi tesis.
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Cuando la contacté, lo único que tenía claro es que, a pesar de las barreras patriarcales
de la academia, cualquiera que fuera la problemática a desarrollar en la tesis, lo haría desde
la teoría feminista, aplicando la metodología de género. Esto suponía de antemano caer en
una confrontación, por lo que debía blindar todos los flancos posibles, ya que para las
académicas feministas, cumplir con las exigencias de investigación, participación en
congresos y publicaciones, no nos era tan fácil como lo era para quienes trabajaban bajo
los criterios de la ciencia que rige y domina el mundo.
Le envié un correo a Gloria solicitándole su apoyo como mentora de la tesis, a lo que
respondió con un , acompañado de un comentario cortés: que era un honor para ella ser
mi tutora. La alegría me embargó. Desde ese momento entrelazamos una amistad irrepetible
hasta el día de su partida terrenal.
Nunca más nos volvimos a ver personalmente después de aquel encuentro de mujeres.
Una acotación seria que me hizo Gloria…
El intercambio y apoyo tutorial fue vía correo electrónico. Sin equívocos, concertamos
que el andamio epistémico sería la teoría feminista y la metodología de género. Aun cuando
estábamos en sintonía, deseo destacar la primera enseñanza que recibí de mi tutora, que fue
una luz para transitar con la debida rigurosidad por el camino de la episteme feminista.
Gloria me hizo una fehaciente acotación: <<Debes tener claro que esa metodología es un
<utensilio>, una herramienta producto de la Teoría feminista, que es la que te debería
proporcionar el marco teórico de tu trabajo. Esto te obliga a exponer lo que es la Teoría
feminista mediante la presentación de sus principales conceptos o categorías, entre las
cuales está el género, y otras que tú consideres básicas para manejar tu tema. >>
Tal vez, leer esa acotación en aquel momento no tenga el mismo sentido que ahora,
cuando estoy ubicada en este relato, pero en aquel contexto y tomando en cuenta que la tesis
era en el área de las ciencias médicas, significó arrancar con la rigurosidad que exigía el reto
académico. Gloria sin mezquindad me dio su mano amiga, su guía intelectual, su respeto por
mi trabajo, especialmente su disciplina de trabajo, con el único interés de culminar con
impecables resultados la tesis doctoral.
La incorporación de los estudios de las mujeres en el ámbito universitario, dado el
contexto histórico, se logró con la invención de múltiples estrategias para colarnos por los
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poros institucionales, aquellos que quedan sin blindar por el descuido en el que caen siempre
los que tienen el poder. Una de dichas estrategias fue usar el término <género>, porque
feminismo sonaba desestabilizador. Género fue nuestro caballo de Troya, ya que sirvió para
consolidar estructuras académicas que nos permitieron producir conocimiento feminista.
La preocupación de Gloria por el adecuado uso de la categoría género, era coincidente
con la manifestada por otras estudiosas del tema en otros países, sorprendiendo que esto no
tuviera la misma relevancia para la mayoría de las feministas venezolanas. Gloria siempre
alertó sobre la necesidad de centrar la atención en la rigurosidad teórica del feminismo, y
con debida razón lo consideraba una tarea ineludible.
Gracias a esa estrategia, el término <género> llegó a ser aceptado por su aparente
neutralidad, poniéndose, diríamos, de moda, y las docentes/investigadoras, más de las que
nos hubieran gustado, comenzaron a usarlo sin el contexto teórico. Frases como: perspectiva
de género, enfoque de género, mujeres y género, mirada desde el género, entre muchas otras,
empezaron a transitar en actividades y publicaciones universitarias. Bastaba con trabajar o
mencionar a las mujeres, para justificar el uso del término, el cual quedó, lamentablemente,
huérfano de teoría, sin esa necesaria disertación sobre las raíces históricas patriarcales que
han sustentado la organización social del mundo, colocando a las mujeres en una posición
de subordinación y concibiendo el mundo desde la mirada masculina, puesto que pone al
varón como parámetro o modelo de lo humano.
Gloria tuvo razón en su postura crítica ante el uso y abuso de la categoría género, pues
en muchos espacios académicos pasó de ser un Caballo de Troya o salvoconducto del
feminismo a un comodín que banalizó el debate feminista, lo cual no impidió que en las
universidades se siguiera dando una producción valiosa de saberes desde el feminismo.
Nuestra tesis
La línea de investigación que venía trabajando era en violencia obstétrica. Había
invertido varios años recogiendo testimonios de las parturientas atendidas en hospitales
públicos, registrando lo vivido por ellas en esa experiencia de atención obstétrica. Pero
sentía que debía nutrir la investigación con otras perspectivas, y por ello, para la tesis, me
rondaba la idea de escuchar también las voces de las/os obstetras.
Intercambié con Gloria la idea, la discutimos y convenimos el camino
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teórico/metodológico a seguir; ambas sabíamos que el nudo investigativo había que
desatarlo con extremo cuidado académico. Entendíamos que para ir desbrozando el camino,
debíamos fracturar uno de los pilares fundamentales que sostiene la ciencia: <Sólo quienes
tienen titulación en el área, están autorizados para hablar sobre su paradigma> Ninguna de
las dos éramos obstetras, pero sabíamos que no era un requisito sine qua non; que ese
postulado de la ciencia dominante era un ardid para evitar la crítica. El poder siempre busca
mantenerse <auto fagocitándose sus propias verdades>
Trabajamos dos años y medio, hasta lograr terminar la tesis. Intercambiamos
innumerables misivas electrónicas, cargadas de interrogantes, aclaratorias, dudas, y
también de afecto, de confidencias familiares, de angustias y consuelos.
Me acompañó en el desarrollo de una tesis que analizaba una difícil temática. Se trataba
de una investigación pionera en América latina, que sería expuesta en un entorno en el que
resultaría controversial para los monstruos patriarcales del medio universitario. Y, al final,
resultó ser la primera tesis con una episteme feminista que recibió mención publicación en
el Programa Doctoral de Ciencias Sociales, Mención: Salud y Sociedad, de la Universidad de
Carabobo, de Venezuela.
Nuestra tesis fue publicada como libro, con el título La obstetricia develada. Una
mirada desde el género, con el honor de ser atesorado en la Colección La sociedad y sus
discursos” de dicha Universidad.
A manera de despedida
Toparme con el libro Mujer, poder y violencia, es decir, leer a Gloria antes de
conocerla, fue una premonición de la Diosa, que me llevó hasta ella. Creo que si la hubiera
conocido antes de leerla, quizá, no hubiese sido mi mentora, sino sólo mi amiga.
Gracias a ella, los caminos s tortuosos de mi investigación fueron allanados, por la
coincidencia del activismo y del trabajo; pero también fueron abonados por su formación
humanística y filosófica. Ella me apoyó con empatía humana y brillantez intelectual en
aquellas áreas difíciles en las que mi formación humanista y feminista representó un
responsable atrevimiento intelectual.
Camacaro, M. Revista de Filosofía, Vol. 42, Nº Especial 2025, pp. 24-36 36
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598
Hoy reescribo este relato con ojos húmedos por la profunda nostalgia que habita mi
alma, porque Gloria dejó lo terrenal, llevándose el saludo acostumbrado de las mañanas,
su voz cálida, su sensatez, que contrastaba con mi arrebato, y reíamos por ello… Me queda
su imperecedero recuerdo y en mi imaginación el abrazo sororo que una vez nos dimos.
REVISTA DE FILOSOFÍA
ESPECIAL 2025
Esta revista fue editada en formato digital y publicada en OCTUBRE de 2025
por el Fondo Editorial Serbiluz, Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela
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