Hernández, O. Revista de Filosofía, Vol. 41, Nº107, 2024-1, (Ene-Mar) pp. 101-115                                         109 
Universidad del Zulia. Maracaibo-Venezuela. ISSN: 0798-1171 / e-ISSN: 2477-9598 
 
al  individuo  en  detalle. Por el  contrario,  se  actúa,  por  medio de  mecanismos 
globales, para obtener estados totales de equilibrio, de regularidad. El problema 
es  tomar  en  gestión  la  vida,  los  procesos  biológicos  del  hombre-especie,  y 
asegurar no tanto su disciplina como su regulación. 
Más acá  de  ese  gran poder  absoluto, dramático, hosco,  que era  el  poder de  la 
soberanía,  y  que  consistía  en  poder  hacer  morir,  he  aquí  que  aparece,  con  la 
tecnología  del  biopoder,  un  poder  continuo,  científico:  el  de  hacer  vivir.  La 
soberanía  hacía  morir  o  dejaba  vivir.  Ahora  en  cambio  aparece  un  poder  de 
regulación, consistente en hacer vivir y dejar morir (2012, 199). 
 
En  estos  escenarios,  la  propaganda  se  convierte en  la  episteme  de  las  sociedades 
consumistas.  Las  escuelas,  universidades y  medios  de  comunicación,  al  prescindir  de  la 
instrucción ética, afirman los mitemas que ameritan las relaciones sociales enajenadas. La 
máxima producción de bienes y servicios como propósito educativo desconoce los límites 
de lo técnicamente posible con el objetivo de consumir los recursos naturales y sociales en 
favor de la acumulación de capital. 
Las transformaciones del modo de producción capitalista durante la segunda 
mitad  del  siglo  XX  no  explican  en  sí  mismas  la  reaparición  y  las  diversas 
metamorfosis  de la bestia.  Pero  constituyen su  innegable telón de fondo  al 
igual que  los  inmensos progresos en  tecnología, biología y genética. Así, se 
instaura  una  nueva  economía  política  de  lo  viviente  irrigada  por  los  flujos 
internacionales  del  saber,  y  que  tiene  como  componentes  privilegiados  las 
células, los tejidos y los órganos, tanto como las patologías, las terapias y la 
propiedad  intelectual. De  la  misma  manera,  la  reactivación  de  la  lógica  de 
raza  trae  aparejada  una  potenciación  de  la  ideología  de  la  seguridad,  la 
instauración  de  mecanismos  orientados  a  calcular  y  minimizar  riesgos  y  a 
hacer  de  la  protección  la  moneda  de  cambio  de  la  ciudadanía  (Mbembe, 
2016,55). 
 
El  profesional  de  convierte  en  agente  de  mercadeo  del  mundo  con  el  fin  que  las 
mercancías colmen los anaqueles capitalistas para que la falsa percepción de abundancia y 
bienestar  impida  apreciar  el  sacrificio  humano  que  amerita  el  mercado.  Igual  que  los 
animales  que  al  ser  cazados  se  paralizan  cuando  son  apuntados  por  la  luz  brillante,  el 
cliente  detiene  las  capacidades  éticas  ante  el  esplendor  de  las  mercaderías.  Para  el 
propósito de la sociedad filibustera, el biocontrol que ejerce el racismo es eficiente, pues, 
impide reconocer en el otro las capacidades sensitivas y racionales al distinguir en el rostro 
ajeno amenazas, peligros para la propia sobrevivencia.  
El  trabajo  del  racismo  consiste  en  relegar  ese  rostro  al  trasfondo  o  en 
recubrirlo  con  un  velo.  En  lugar  de  esa  cara,  se  hace  ascender  desde  las 
profundidades  de  la  imaginación  un  fantasma  de  cara,  un  simulacro  de 
rostro,  inclusive  una  silueta,  para  que  ocupen  el  lugar  de  un  cuerpo  y  un 
rostro  de  hombre.  El  racismo  consiste,  en  consecuencia  y  ante  todo,  en 
sustituir por otra realidad aquello que es otra cosa. Poder de desviación de 
lo  real  y  fijador  de  afectos,  el  racismo  es  también  una  forma  de  desorden 
psíquico  a  raíz  de  la  cual  el  material  reprimido  asciende  brutalmente  a  la 
superficie. Para el racista, ver a un negro es no ver que él no está ahí, que no 
existe y que no es más que el punto de fijación patológico de una ausencia de