Véliz, A., Soto, A., Moreno, G., Revista de Filosofía, Nº 99, 2021-3, pp. 827 - 837                                                        830                                                     
 
 
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0 Internacional 
(CC BY-SA 4.0) 
https://creativecommons.org/licenses/by/4.0/deed.es 
áreas del conocimiento a objeto titular a profesionales especialistas  en distintas materias; y 
en tercer lugar, las universidades tienen el rol de investigar y contribuir al desarrollo de la 
ciencia  y  el  conocimiento.  Todas  estas  acciones  están  obligatoriamente  vinculadas  al 
desarrollo sociopolítico de las naciones y debe contribuir al desarrollo y crecimiento del país 
en que se encuentra. 
 
 
En  este  contexto  la  universidad  sin  duda,  es  terreno  fértil  para  los  cambios 
paradigmáticos que se pretende instalar a la hora de construir un nuevo sistema de relación 
entre el ser humano y este concepto de salud integrador y ecológico. Deben constituirse las 
universidades en terrenos fértiles para el diálogo, producción de nuevas formas de reflexión 
y  de  acción,  cuyo  propósito  final  debería  ser  un  aporte  sustancial  a  pensar  en  mejores 
modelos de sociedad. 
 
Para  ello, una  de  sus  herramientas más  básicas  es  la  formación  de  profesionales.  
Cuando pensamos en la formación de profesionales en el ámbito de pregrado, especialmente 
las carreras ligadas directa o indirectamente a “las ciencias de salud”, nos surge la genuina 
curiosidad  respecto  de  cuál  es  el  paradigma  de  salud  imperante  y  en  qué  medida  la 
universidad y sus académicos/as, a través de sus experiencias formativas y su plan curricular 
recogen  un  modelo  moderno  y  vanguardista  respecto  de  un  nuevo  concepto  de  salud. 
Lamentablemente  muchas  escuelas  de  salud,  siguen  formando  a  sus  profesionales  con 
miradas monádicas, replicando contenidos que segregan al ser humano, en el sentido que se 
estudia  como  una  cantidad  de  órganos,  sistemas  específicos  o  patologías  determinadas, 
olvidando al ser humano como un ente complejo multidiverso e integrado en un contexto 
diferenciado  en  el  que  sus  contextos  se  modifican  y  cambian  de  forma  permanente  y 
constante.  
 
Estos procesos de formación integral, requeridos e impulsados por la visión holística 
del ser humano en contacto estrecho con su comunidad y su entorno, han sido dejados de 
lado,  por  una  formación  centrada  en  la  atomización  de  la  realidad  donde  las  personas 
aprenden  de  su  “realidad  disciplinaria”,  dejando  de  comprender  la  relación  entre  el 
individuo con un entorno complejo, dinámico, que está en constante construcción. 
 
Ahora bien, la reflexión que surge es si efectivamente es posible dentro del marco 
universitario  avanzar  hacia  una  suerte  de  reorganización  de  los  curriculum  que  recojan 
nuevos saberes y se atrevan a innovar en formas distintas de comprender la vida y el buen 
vivir. Al observar a las universidades latinoamericanas nos encontramos con que existe una 
presencia  predominante  de  formación  con  un  fuerte  arraigo  colonial,  donde  se  pone  el 
acento en alcanzar los estándares de las universidades del hemisferio norte, en un proceso 
de  aspiración  constante  por  alcanzar  los  rankings  internacionales  construidos  bajo 
paradigmas europeos. Para ello, muchas universidades construyen un marco estructural y