
Jaimes, J., Aaron, L., Pérez, W.  Revista de Filosofía, Nº 99, 2021-3, pp. 461 - 471                                          470 
 
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propias  ideologías  y  opiniones,  aun  cuando  crea  tener  la  razón,  para  que  el  alumno  se 
sienta  oído  y  atendido.  Esta  parece  ser  la  tarea  más  difícil  de  un  docente  que  ha  sido 
formado bajo otro esquema de enseñanza, bajo la premisa de que su rol en el aula es el de 
transmitir sus conocimientos. 
          Al  contrario  que  la  clase  tradicional  o  magistral,  el  conocimiento  no  es  un 
conocimiento acabado, sino que a través de ciertas inquietudes, se generan preguntas que 
tienen tan diversas respuestas como diversas son los integrantes de la comunidad. Pueden 
surgir temas controversiales y es en ese momento donde el docente tiene que “dar un paso 
atrás”,  dejar  de  lado  sus  certezas  y  promover  la  sana  discusión,  contraponiendo  las 
diferentes posturas, los mejores argumentos que están siendo discutidas y apostar por el 
diálogo como respuesta. Al final lo que cuenta es que todos puedan expresarse con libertad 
e igualdad de condiciones y llegar a un consenso. 
          Al igual que en el sistema de educación tradicional, el docente o guía es un modelo a 
seguir, no solo por sus conocimientos, sino por su conducta a la hora de manejar o guiar el 
proceso. Es evidente que el  alumno no puede respetar la comunidad de indagación si el 
docente no es capaz de valorar y apreciar la discusión que se genera. Por tanto, se requiere 
de  un  docente  comprometido  con  su  rol,  con  su  vocación;  capaz  de  transmitir  su 
entusiasmo, ímpetu  y  compromiso con lo  que  hace: suscitar el  interés  en  la filosofía. El 
docente se convierte así, en un árbitro en el ámbito procedimental y en un incitador en lo 
conceptual. 
          Lipman utiliza la analogía del árbitro, dado que el docente debe guiar la discusión, 
señalando los errores en el grupo, identificando las faltas y el no acatamiento de las reglas 
previamente  establecidas.  Su  rol  de  árbitro  le  permite  aclarar  los  errores  en  la 
argumentación y las deducciones incorrectas, pero va más allá, al provocar la búsqueda de 
razonar  o  pensar  correctamente.  A  su  vez  debe  estar  atento  al  grupo  para,  con  su 
experiencia, detectar los temas más susceptibles de ser problematizados, con el objetivo de 
que  el  diálogo  se  convierta  en  un  diálogo  verdaderamente  filosófico  y  no  en  un  mero 
intercambio de ideas y opiniones. 
          Este  nuevo  docente,  a  su  vez,  requiere  de  un  agudo  conocimiento  del  desarrollo 
evolutivo  del  niño  y  la  niña  ya  que  el  fin  último  siempre  va  orientado  al  desarrollo 
intelectual y emocional de su estudiante. Debe poseer estudios sobre pedagogía, sobre las 
formas  de  cómo  estos  niños  y  jóvenes  aprenden,  de  sus  necesidades,  intereses  y 
potencialidades;  de su  realidad  sociocultural,  e  incluso,  de  sus  derechos.  Debe  entender 
que cada alumno es un individuo y como tal, tiene un bagaje cultural y un entorno social 
que  ha  moldeado  hasta  ahora  su  conducta,  y  en  base  a  ello,  debe    planificar,  evaluar  y 
mediar en su proceso de aprendizaje, propiciando situaciones que lo involucren de manera 
activa y colaborativa en el desarrollo de un pensamiento crítico, creativo y ético. 
          El  docente  en la  búsqueda  de sorprender  e  interesar  a  los  alumnos,  debe  plantear 
desafíos  y  diseñar  situaciones  hipotéticas  que  tengan significado  para  ellos;  que  puedan 
ubicar  dentro  de  su  contexto  y  los  lleven  a  plantearse  preguntas  que  direccionen  las