Ríofrío, A., Vivas, J., Quindes, A., Ríofrío, J. Revista de Filosofía, Nº 99, 2021-3, pp. 258 - 275                   271 
 
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Desde hace siglos, el sistema mundo/moderno ha estado condicionado por el avance 
del  capitalismo,  manifestado  a  través  de  crecientes  economías  neoliberales,  procesos 
socioculturales eurocéntricos y una lógica impermeable que invade todos los espacios de la 
vida en América Latina. La globalización no es un fenómeno nuevo en la historia humana 
sin embargo, la  presencia  activa del internet, las redes sociales  y más  recientemente del 
COVID-19,  ha  permitido  que  tenga  un  avance  exponencial  en  términos  cualitativos  y 
cuantitativos. 
 No se puede pasar por alto que la interconexión y el fenómeno globalizador acorta 
distancias,  facilitan  las  transacciones  comerciales,  pero  también  plantea  una  lógica 
excluyente  y  totalizadora,  tanto  en  materia  comercial,  como  humana.  De  esta  manera, 
amplía la presencia de desigualdades sociales, la aparición de segmentos marginales en la 
población y de una economía mundial basada en la explotación humana y laboral.  
La  globalización  toma  dimensiones  generalizadoras,  totalizadoras  y  excluyentes; 
pierde de vista la condición humana, mientras instaura un sistema de valores y creencias 
que  excluye  a  poblaciones  minoritarias  y  factores  productivos  no  integrados  a  la 
macroeconomía  de  las  grandes  trasnacionales.  Estos  condicionamientos  tienden  a  una 
visión  instrumental  del  otro,  donde  lo  prioritario  son  las  transacciones  comerciales,  sin 
tener  en  cuenta  la  condición  humana.  Este  proceso  está  caracterizado  por  las 
desigualdades en sus actores, ya que, en  su evolución, la globalización ha hecho presión 
sobre  los  países  desarrollados  y  sobre  las  grandes  trasnacionales,  con  el  objetivo  de 
integrarles  a  un  sistema  económico  mundial  con  connotaciones  unilaterales  (CEPAL, 
2002).  
Este  proceso  no  se  ha  dado  de  forma  improvisada,  sino  que  es  resultado  de 
sucesivos cambios estructurales  y el desarrollo de  tecnologías que permiten  el tráfico de 
información  en  tiempo  real.  Esto  ha  permitido  la  disminución  de  costos,  espacios  y  de 
mano de obra. A partir de  esta realidad,  las innovaciones tecnológicas  han dado  lugar a 
una  interconexión  entre  el  mercado,  el  comercio  y  la  sociedad;  a  través  de  estas,  se  ha 
podido globalizar  aún  más  la producción de  las empresas, permitiendo la  concentración 
económica  en  los  países  del  primer  mundo,  dando  origen  al  nacimiento  de  nuevas 
empresas  transnacionales,  que  condicionan  el  movimiento  del  mercado. 
Consecuentemente,  la  lógica  de  producción,  comercio  y  del  desarrollo  del  mercado,  ha 
estado protagonizado por los grandes conglomerados empresariales, teniendo una relación 
directa  entre  producción,  comercio,  capital  extranjero.  Ante  esto,  ha  sido  prioritario  la 
liberación del comercio, de los flujos financieros, dando lugar al avance de los países del 
primer mundo, pero llevando a la quiebra a los países que no han podido avanzar al ritmo 
de la hegemonía de la globalización occidental (CEPAL, 2002). 
De esta manera, los Estados latinoamericanos no han podido escapar de los flujos 
comerciales  de  capital,  de  crecimiento  de  la  información  y  de  las  tecnologías  de  la 
información y comunicación. Por tal motivo, el proceso de globalización se ha dado de una 
forma  asimétrica,  favoreciendo  a  un  conglomerado  de  naciones  desarrolladas,  que 
controlan  la  economía  a  nivel  global,  mientras  los  países  periféricos  asumen  un  papel