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Santiago Andrés Ullauri Betancourt
Responsabilidad social  clientelar: hacia la  reconguración de  un nuevo  paradigma dominante  
 
en política 
entendimiento de esta postura es irracional, más aún si se considera que 
una estrategia populista y frecuente en este sistema democrático es apelar a 
la Constitución para prometer soluciones ciudadanas que son, en realidad, 
obras sencillas que se ejecutan con sobreprecios o nunca se desarrollan. 
Las redes clientelares representan organizaciones con nes comunes al 
servicio de la ciudadanía, pero, desde el elemento material de intercambio 
del clientelismo, los efectos se presentan en la postura social y política de 
los participantes. Si bien la relación entre cliente-patrón -en el caso de la 
organización- posibilita una generación de necesidad de labor, las acciones 
del cliente-gerencia logran benecios para ambas partes (Malcolm, 2016).
En la dimensión racional, la lógica del juicio ético se construye como una 
postura apofántica, donde los factores determinan la relación clientelar y el 
carácter de transacción. Esto sucede también en las sociedades primitivas, 
donde la separación del espacio,  el tiempo y las acciones del hecho  para 
la  subsistencia  de  vida  se  traducen  en  una  forma  de  intercambio  entre 
la naturaleza,  el bien, el  consumo y  la  propia vida.  En dicha losofía,  se 
aprecia que, desde tiempos memoriales, el clientelismo ha permanecido en 
benecio de una parte en desmedro de la otra. De esa manera, el hombre 
se aprovecha de la naturaleza y destruye sin devolver su belleza (Weber, 
2000).
En  la  dimensión  normativa  se  parte  de  la  legislación,  es  decir,  el 
instrumento que norma la convivencia de los ciudadanos en función de las 
diferentes acciones de comercio, los modelos de intercambio o la gestión 
de bienes y servicio. En este contexto, la relación comercial entre cliente, 
patronos, establecimientos, gerentes o la simple razón compraventa concreta 
una acción entre partes que demandan: uno bienes y otros servicios. Esta 
dualidad de interacción debería estar orientada u ordenada por la máxima 
de la dignidad humana y no como negocio en función del aprovechamiento 
del ciudadano para el benecio propio de uno sobre el otro.
Así, las dimensiones clientelares se  conguran desde  las dimensiones 
personales  y  empresariales,  donde  uno  adquiere  un  bien  y  el  otro  lo 
distribuye,  bien  sea  de  manera  grupal  o  individualizada.  Puede  suceder 
que las relaciones clientelares se confundan con las anidades personales, 
familiares,  culturales,  étnicas,  religiosas,  sociales,  políticas  o  deportivas 
(Brickley  et al.,  2005).  Las  estructuras  dimensionales  del  clientelismo 
representan  factores  subjetivos  que  vinculan  patrones  de  medida  entre 
cliente y comercio. De este modo, se transforman en indispensables para la 
relación clientelar acostumbrada a que se benecie a una de las partes y no 
de manera equitativa.
Dicha gura del clientelismo dominante se dene como la gestión de las 
políticas públicas ciudadanas que engranan el entramado de lo político, lo 
social, lo económico y lo cultural en descomposición social, sin pertinencia