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Juan Guillermo Estay Sepúlveda, Mario Lagomarsino Montoya, Juan Mansilla Sepúlveda,  
 
Rosalba Mancina-Chávez, Alex Véliz Burgos y Alessandro Monteverde Sánchez
Neurocracia: la Democracia del Tercer Milenio
los Gobernantes. En ello, el lenguaje produce realidad. Sea este lenguaje 
verdadero o una noticia falsa (Fake News). Al nal, produce una realidad 
que lo tomará un sector de la población en mano de los mass media y con 
sus like (en Instagram) o los “me gusta” (en Facebook) los legitimarán, sin ni 
siquiera profundizar en la noticia o en vericar lo que se está comentando, 
o lo peor, sin leer lo que dan como visto bueno o haciendo una pira para 
quemar al que todos queman sin saber que están quemando y por qué lo 
están consumiendo en las llamas. 
Total, que importa. Si hubo un error, serán los mismos que aprietan los 
botones del me gusta y el like, los que criticarán a quien dio a conocer lo 
falso. Asunto concluido. Pero, el quemado ya se consumió, tal cual Damiens 
en Vigilar y Castigar (Foucault, 2009).
Desde nales del siglo XX conocemos la existencia de otro tipo de campañas 
de desinformación a gran escala relacionadas con el cambio climático, las vacunas, 
los alimentos, la nutrición, el origen de la vida, la salud, las armas en manos de los 
ciudadanos, los medicamentos genéricos, la curación u origen de enfermedades, 
la energía nuclear o el impacto de la inmigración. Pero sin duda, el momento más 
álgido del fenómeno de las fake news se vivió a partir de dos acontecimientos 
que sucedieron en 2016: el proceso del Brexit en Reino Unido y las elecciones 
norteamericanas que ganó Donald Trump. Una de las numerosas investigaciones 
realizadas a partir de estas últimas, conrmaba que durante la campaña electoral 
se generaron un total de 115 noticias falsas favorables al actual presidente de 
Estados Unidos que se compartieron en Facebook un total de 30 millones de 
veces, frente a las 41 fake news en benecio de Hillary Clinton compartidas en 7,6 
millones de ocasiones (Parra y Oliveira, 2018: 55).
Enormemente llama la atención que, en la elección del año 2016 en 
Estados Unidos, “las noticias falsas alcanzaron casi los nueve millones de 
visitas mientras que las noticias generales verdaderas un millón y medio 
menos” (Salas, 2019: 422). Un estudio de IPSOS del año 2018 demostró que 
a nivel mundial los habitantes de los países que más han creído en noticias 
falsas son los brasileños (67%), sauditas (58), surcoreanos (58%), peruanos 
(585 y españoles (58%), dentro del top cinco (Muñoz-Machado, 2020: 124).
La democracia bajo esta nueva lógica de ver el mundo por sus habitantes 
se ve amenazada. Más aún, cuando los que están elegidos para cuidarla, 
cometen errores conscientes. En este mundo del tercer milenio, el homo 
economicus con su semejante homo consumens han derribado las barreras 
de que dos tipos de homo no puedan convivir. Incluso, esta nueva forma de 
ver y obrar en el mundo está consumiendo las relaciones más íntimas del 
ser humano: la relación de pareja. En ese sentido, Bauman tiene razón al 
llamar a esta nueva forma de convivencia: amor líquido (Bauman, 2005). 
Sin embargo, la democracia no ha perdido su clasismo de élite. No 
compartimos la idea de Liberos et al., (2013) de que las nuevas tecnologías 
vinieron a democratizar el mundo, en el sentido que democracia es igual a