
Parvovirosis canina con tratamiento ambulatorio / Guallasamín-Quisilema y col. ___________________________________________________
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INTRODUCCIÓN
La parvovirosis canina (CPV) se reconoce como la causa más 
frecuente de diarrea viral transmisible en perros (Canis lupus familiaris), 
causada por variantes del parvovirus canino–2 (CPV–2), pertenecientes 
al género parvovirus, causante de una pandemia que afectó a perros 
a mediados de la década de 1970. El CPV–2 pudo haber sido derivado 
del virus de la Panleucopenia felina (FPV) o desde virus que afecten 
otros carnívoros silvestres. El virus ha presentado mutaciones desde 
CPV–2a en 1979, CPV–2b en 1984, hasta recientemente CPV–2c, 
que fue detectado primero en Italia, y luego ha sido detectado en 
todo el planeta [1].
De acuerdo a Perley en 2020, un total de 79 pacientes positivos a 
parvovirosis, de entre 95 en estudio, con aplicación de tratamiento 
ambulatorio sobrevivieron, además existe una relación directa entre 
los d de presentación de signos clínicos antes del tratamiento y el 
porcentaje de ganancia de peso, y la sobrevivencia. Así como también 
la hipotermia durante el tratamiento tiene una relación negativa con 
la sobrevivencia [2]
El parvovirus canino y el virus de la FPV, son los dos parvovirus de 
perros y gatos (Felis catus), respectivamente, y se clasican según los 
hospedadores de los que han sido aislados. Tanto el CPV como el FPV 
se consideran variantes de parvovirus felino con diferente rango de 
hospedador, ya que las secuencias genéticas de CPV y FPV dieren 
solo alrededor del 2 % y son muy similares antigénicamente. El primer 
CPV descubierto en 1967, fue denominado “virus diminuto canino”, y 
más tarde CPV–1. En 1978 se descubrió en perros en Estados Unidos 
el CPV–2, que en cuestión de meses ocasionó una epidemia mundial 
devastadora, ahora el CPV–2 está bien establecido en todo el mundo y 
es, probablemente la enfermedad infecciosa más frecuente en perros 
con una alta mortalidad y morbilidad. Este virus ha mutado después 
a CPV–2a, CPV–2b y posteriormente a CPV–2c, el cual se identicó 
por primera vez en Italia en el año 2000 [2]. Las cepas encontradas 
en Latinoamérica parecen tener un linaje común con cepas surgidas 
en Europa entre los años 1990–1998, que se generalizaron a partir del 
año 2000 (Eur–I) [3]. Una cepa de origen asiático se ha encontrado 
en Uruguay (Asia–I) [3]. Existe un tercer linaje (Eur–II), de cepas 
encontradas en Italia, Brasil y Ecuador, como consecuencia de un 
ingreso a mediados de la década de 1980 desde Italia a Ecuador [3]. 
Ecuador carece de estudios que aborden el comportamiento de la 
enfermedad, restringiendo de esta manera la posibilidad de tomar 
medidas preventivas frente a la misma, el país presenta un elevado 
número de pacientes enfermos y muertes debidas a la enfermedad 
de manera semestral, entre los meses de mayo y octubre, siendo 
particularmente más notoria entre los meses de junio y julio, 
correspondientes a los meses más cálidos en el país [4].
En la CPV, la transmisión fecal–oral y por fómites parecen ser 
la más frecuentes, y la sensibilidad de los perros de raza pura es 
mayor que de los mestizos a la enfermedad. Las madres transmiten 
inmunoglobulinas especícas que elevan la inmunidad del neonato, sin 
embargo, entre las 12 a 14 semanas de edad, la inmunidad disminuye. 
En el caso de refugios es necesario el control sobre los pacientes 
que ingresan a n de evitar contagios, la incidencia de la enfermedad 
aumentará en función del número de animales susceptibles. Los 
factores estresantes sumados a problemas medioambientales 
incrementan el riesgo de contagio. Es necesario controlar las 
condiciones dentro de las instalaciones de las clínicas veterinarias 
a n de evitar contaminación desde los pacientes enfermos hacia 
los susceptibles [5].
El parvovirus canino tipo 1 (CPV–1), es un virus relativamente 
apatógeno, que a veces se asocia con gastroenteritis, miocarditis, y 
neumonitis en cachorros de 1 a 3 semanas de edad. Se han identicado 
al menos tres cepas del virus que causa la enteritis clásica por 
parvovirus en perros, conocido como el parvovirus canino tipo 2 (CPV–
2). Los síntomas clínicos surgen normalmente de 5 a 12 d después de 
que se haya producido la infección por vía fecal–oral, tras la invasión y 
destrucción preferencial de las células de rápida división [6].
El examen hematológico de un paciente positivo a la enfermedad 
muestra una disminución signicativa en el conteo de glóbulos rojos, 
hemoglobina, hemoglobina corpuscular media y un incremento no 
signicativo en el volumen corpuscular medio, así como leucopenia 
signicativa asociada con neutropenia, linfopenia y monocitosis, 
además de hipoproteinemia [7].
El diagnóstico está basado sobre la interpretación de los signos 
clínicos, sin embargo, existen otros patógenos que pueden ocasionar 
diarreas en perros, por lo cual, debe realizarse sobre la base de pruebas 
laboratoriales como microscopia electrónica, hemoaglutinación, 
reacción de cadena de polimerasa (PCR), aislamiento viral, evaluación 
de anticuerpos seroneutralizantes, ELISA, test de látex aglutinación, 
inmuno uorescencia, inmuno–peroxidasa, hibridación in situ, test 
de co–aglutinación, o inmunocromatografía (IC), las cuales presentan 
características diferentes en cuanto a sensibilidad, especicidad, 
tiempo de realización, costo, facilidad de acceso [8, 9].
El mantenimiento del balance de uidoterapia y electrolitos es 
muy importante. La inmunosupresión asociada a la enfermedad 
convierte a estos pacientes en muy susceptibles a las infecciones 
secundarias agudas, siendo frecuentes las infecciones bacterianas 
del torrente sanguíneo que producen shock endotóxico. Los 
antibióticos administrados a pacientes con CPV incluyen ampicilina, 
eritromicina, gentamicina, cefovecina. La administración de 
noroxacina y ácido nalidíxico se recomiendan para el control de la 
gastroenteritis hemorrágica [9].
La tasa de recuperación varía entre 10 % en pacientes no tratados, 
hasta 90 % en pacientes sometidos a tratamiento intensivo, 
determinado éste, por la cobertura que los propietarios puedan 
solventar. El diagnóstico temprano y el tratamiento oportuno mejoran 
el pronóstico de los pacientes.
El aparecimiento de síndrome de respuesta inflamatoria 
sistémica es un factor negativo, pudiendo existir otros factores 
además  que  influyen,  tales  como:  la  época  del  año,  raza, 
peso corporal,  vómitos, hipercoagulabilidad, hipotiroxemia, 
hipercortisolemia, hipoalbuminemia, la proteína C– reactiva elevada, 
hipocolesterolemia [6].
El factor más importante es la vacunación, las vacunas de virus vivo 
o atenuado, están disponibles en el mercado. La vacunación puede no 
generar inmunidad efectiva debido a que las vacunas pueden elaborarse 
sobre la base de CPV–2, pero las cepas que pueden generar brotes 
pueden ser CPV–2a, CPV–2b, incluso CPV–2c. Las vacunas de virus 
muerto y modicado no presentan alta ecacia, no así la vacuna de 
virus vivo, la cual ofrece inmunidad más larga frente a la vacuna de virus 
muerto [9]. La neutralización por los anticuerpos de origen materno está 
considerada como una causa de fracaso de la aplicación de vacunas [6].
Para el diagnostico de la CPV, uno de los puntos básicos, lo 
constituye el del hematocrito, siendo este denido como el porcentaje 
de glóbulos rojos con relación a la sangre total [10]. Otro de los 
aspectos requeridos es el frotis o extensión sanguínea, el cual es