
 
Obituario 89
libros y colecciones entomológicas. En mi recuerdo permanece la 
diversidad de temas tratados, como era su animosa costumbre, ento-
mología, cuevas, viajes, expediciones, historia, política local, forá-
nea e internacional, exobiología, horror cósmico, filatelia, cocina, 
química, ingeniería, música, economía. Además, nunca olvidaré las 
imágenes de su extraordinaria colección de gorgojos (Coleoptera, 
Curculionidae; una de las más grandes jamás lograda en América 
tropical), su biblioteca variada y especializada, su voluminoso archi-
vo epistolar, los álbumes de fotografías como registro de lo mucho 
que hizo en su vida, sus planos y mapas, una colección de plantas 
y rocas de la Patagonia y Tierra del Fuego, el cráneo y otros huesos 
de un enorme oso de las cavernas triestinas, recuerdo de las memo-
rables aventuras de su juventud, y un extraño instrumento musical 
con una sola cuerda de crin, delicadamente tallado en madera, fa-
milia del violín, una guzla de la región balcánica. El mesón lleno 
de muestras en alfileres y un microscopio estereoscópico daban el 
toque definitivo al envidiable sótano-laboratorio, con intercomuni-
cador directo a la cocina de la casa. Después supe que a través de él 
lo llamaban desde arriba a la hora de comer. Aquellos espacios de 
privacidad intelectual que llegué a visitar y en donde después llegué 
a trabajar durante horas en numerosas oportunidades guardaban el 
característico olor a creosota, sustancia oleosa derivada del fraccio-
namiento de alquitranes de carbón que usaba Bordón para resguar-
dar sus colecciones de las plagas (menos cancerígena que la naftali-
na, según sus propias palabras). Nada podrá borrar esa experiencia 
de mi memoria olfativa. Es el aroma antiséptico por excelencia.
Por la diferencia de edad Bordón pudo haber sido mi padre y 
hasta mi abuelo, pero su trato siempre fue el de los seres humanos 
que detestan las barreras generacionales. Me obligó a tutearlo y me 
hizo beneficiario de su don natural de maestro elocuente. Esta virtud 
la alternó con una capacidad fuera de lo común de escuchar a sus 
interlocutores con agudeza y preclaridad. Nunca le fallaba el buen 
humor, pero era básicamente un discutidor, razonable y entretenido, 
dotado de una memoria admirable. Fue además un lector acucioso 
y crítico. Con frecuencia hablábamos de literatura y a través de su 
experiencia conocí por primera vez la obra de varios autores promi-
nentes de la narrativa de Europa del este. Escribía muchísimo, aun-
que me parece que no publicó tanto como hubiese querido. Estoy 
seguro que en algún momento futuro de sosiego podremos hacer una